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Terapias combinadas para una Vida Plena
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Este texto no se ajusta a la corrección política, porque la persona que lo firma no cree que tal cosa sea posible. Por eso, lo diré más claramente: a la mierda la corrección política, e incluso lo que entendemos por política, ese circo parlamentario donde la única preocupación es el reparto del poder, el mamoneo y los titulares de la prensa mediatizada y maniatada.

Un hombre abatido en el sofá, junto a unos medicamentos
Contra el psicologismo, a favor del paciente

Este texto va sobre psicologismo. ¿Qué es eso? La tendencia a atribuir a razones psicológicas y subjetivas asuntos que exceden ese marco. Más allá del caso por caso, que sigue siendo un referente en nuestra labor como psicoterapeutas, es indispensable, fundamental y necesario un marco referencial a la hora de pensar los malestares y sufrimientos de las personas que nos consultan. Estar contra el psicologismo es actuar a favor del paciente. Voy a poner algunos ejemplos posibles.

Un chico de 23 años, que acaba de terminar sus estudios universitarios, encuentra un empleo como aprendiz en una tienda de una multinacional de ropa. Consulta por ansiedad. Después de algunas entrevistas, sus condiciones laborales (horario, tareas, salario) se revelan como propias de un sistema explotador (que es, por otra parte, al que se ve sometida la mayoría aplastante de la humanidad). ¿Cómo no va a sufrir ansiedad, si lo tratan casi como si fuera un esclavo? Lo más normal es que quiera descargar su impotencia, su frustración y su rabia contra cualquiera, contra lo que sea. Sin embargo, en un mundo políticamente correcto semejante reacción está sancionada como improcedente, como si no estuviera ajustada a fines. Falso: nuestro chico de 23, en otro momento histórico, habría tenido otra escucha por parte de sus compañeros, de sus amigos, acaso también de sus familiares, lo habrían animado a la protesta, a la lucha, a la reivindicación; es decir, a viabilizar caminos por los que descargar una parte de la hostilidad acumulada.

Una persona de 35 consulta porque acaba de comenzar una convivencia con su pareja, después de un par de años de relación, y algo va rematadamente mal. El problema es que su pareja, única hija de la unión de sus padres, no parece dispuesta a hacerse cargo de las tareas domésticas. ¿Se lo ha planteado? No. ¿Por qué? Porque teme que se moleste y quiera romper el vínculo. La expectativa de abandono es fruto de la propia manera en que nuestra persona de 35 fue criada, pero ¿no hay nada ambiental incidiendo en esos miedos? ¿O es que vivimos en la mejor de las sociedades posibles? ¿Es nuestra sociedad un marco donde existen el apoyo mutuo, el cuidado de las otras personas, la solidaridad, la cooperación, la sana y atenta preocupación por el bienestar de todas? Las respuestas son negativas, claro. Vivimos un momento histórico de la cultura donde el individualismo y su correlato psicológico, el narcisismo, se aplauden como valores a fomentar. Nuestra paciente de 35, cuando le plantea un reparto equitativo de tareas domésticas a su pareja, recibe por respuesta una mirada fija a la pantalla de su teléfono móvil: un signo de los tiempos.

La casuística podría continuar, con ejemplos de personas deprimidas, hipocondríacas, obsesivas, fóbicas… todas ellas víctimas, sí, claro, de sus historias particulares, pero también y sobre todo, rehenes de un modo de vida que exige todo a cambio de poco, con contratos leoninos que apenas dan como retribución unas migajas para pagar el alquiler ya no de un apartamento, sino de apenas una habitación. A eso le llamamos vida. Si esto es lo que propone el sistema, identificarse como antisistema no es una opción, sino ya un deber ético y moral. Y quebrarse, sufrir, sentirse mal como consecuencia de todo ello es la consecuencia lógica, no una enfermedad que estigmatice a quien padece tal depauperación. La respuesta frente a lo que nos quiere aplastar, a veces, no puede ser otra que sucumbir. Y luego, claro, está la propia neurosis, que aporta lo suyo.

De este lado del diván, escuchamos con el marco de referencia que acabamos de describir. En ese marco, y nunca por fuera de él, se desarrollan los malestares neuróticos. Es fundamental tenerlo presente. No hacerlo nos conduciría al psicologismo, y bastante castigadas vienen ya quienes piden nuestra ayuda como para, encima, cargarles ese otro muerto a las espaldas.


[Actualizado el 11/10/2023]

El artículo que leerás aquí aporta datos recientes sobre la situación de las trabajadoras en Catalunya en relación a la salud mental y su ocultamiento en el ámbito laboral, justamente de donde se derivan la mayoría de los malestares.

La costumbre tiene ya unos cuantos años, tal vez más de una década. Una mujer heterosexual queda encinta, y su pareja, un hombre heterosexual, proclama: «Estamos embarazados». Ella misma, la embarazada, hace suyo el plural y lo va repitiendo por ahí, ante sus familiares, amigas y conocidas. Pero, niñas, niños y niñes, tomad nota: los únicos seres humanos que pueden quedar embarazadas son las hembras, que también son quienes paren a sus crías.


Decir «estamos embarazados», cuando sólo un miembro de la pareja tiene esa capacidad, no es una moda, una frase al pasar, un asunto menor o, como podría pensarse con la lectura de este artículo, una frivolidad de la que no es necesario hacerse cargo. La frasecita, si la analizamos, encierra toda una carga milenaria de hegemonía heteropatriarcal. «A usted se le va la pinza», escucho a una lectora que me interpela. No, le respondo a esa persona, no me he vuelto loco ni exagero un ápice.


El asunto volvió a asaltarme porque, hace cuatro días, una mujer hetero cis a quien atiendo en la consulta soltó el ya célebre «estamos embarazados». La hice volver sobre la frase, que de no haber sido así se habría deslizado quietamente hacia el olvido, y se defendió alegando que fue la médica que la atendió quien utilizó ese modo, que embarazaba también al marido de la paciente. Pero da igual quién lo diga, sea médica, paciente, bombera, primera ministra o astronauta: el asunto no pasa por el emisor, sino por las connotaciones que conlleva. Dicho de otro modo: porque están en juego, una vez más, relaciones de poder.


Si las mujeres son las únicas capaces de quedarse embarazadas y, por tanto, de parir a sus hijas e hijos, ¿qué pintan en ello los hombres, como para atribuirse una distinción semejante que les es totalmente ajena? Pintan, queridas niñas, niños y niñes, lo que han venido pintando desde el origen de los tiempos, o sea, la apropiación indebida de algo que no les pertenece. El expolio milenario que han padecido y aún hoy padecen millones de mujeres en todo el planeta no debe ser permitido ni un día más. Y esto pasa, obviamente, por los hechos, pero también por el uso de las palabras que empleamos para nombrar la realidad.


Resulta que me quedo embarazada, que tendré que vérmelas con la angustia de no saber cómo marchará la gestación, que deberé aguantar como puedas las náuseas, los vómitos, la hinchazón de mis pies, la incomodidad para dormir cuando mi panza crezca más y más, las constantes ganas de mear porque la presión del feto sobre la vejiga produce que vaya una y otra vez al lavabo, tal vez el estreñimiento que muchas veces acarrea el embarazo, la pesadez de mi cuerpo entero, las contracciones y otra vez la angustia, ahora ante el parto, el trabajo en el paritorio, tal vez una cirugía cesárea y, por fin, después de mucho esfuerzo y tanto tiempo, ver nacer a mi criatura… para que venga el padre a decirme, a decirle al mundo, que la mitad de todo eso es suyo porque el también estaba embarazado.


Como dijo Freud hace un siglo, se empieza por renunciar al nombre de la cosa y se acaba por ver cerrado el acceso a la cosa misma.


Un hombre abraza a una mujer embarazada
«Estamos embarazados»


La actriz Mia Goth, en un cartel promocional de la película 'Nymphomaniac', de Lars von Trier
Y tú, ¿cómo te masturbas?

A estas alturas de la vida humana, es menos disruptiva la pregunta sobre cuáles son tus maneras privilegiadas de masturbarte que, por ejemplo, saber cuánto ganas, cuánto ahorras (si es que puedes) o en qué te gastas el dinero. Hay más represión en torno al dinero que en lo que tiene que ver con la sexualidad genital. O en torno a los afectos, que solemos barrer debajo de la alfombra, no sea que tengamos que comprometernos con alguien o con algo. Por lo tanto, ya casi nadie se asusta, se sorprende y mucho menos se escandaliza ante la pregunta «y tú, ¿cómo te masturbas?».


Sin embargo, la pregunta no requiere ya de una respuesta de tu parte, porque todo el mundo, todes, nos masturbamos con el porno como vehículo. Y no se trata de que veas porno mientras te haces una paja, no; eso ya no es siquiera necesario, aunque son millones las personas que se conectan a una página web de pornografía para encontrar la excitación que tal vez les lleve hasta un orgasmo. El porno, querides niñes, está en todas partes: publicidad, videoclips musicales, medios de comunicación, Insta, WhatsApp, Tik Tok o cualquier otra red social o plataforma que utilices aunque sea para consultar cómo cocinar un centollo. Y, lo que es peor, también está en cada una de nosotras, como ideología imperante (y casi siempre inconsciente) y mediatizadora de nuestros actos.


Aunque no estés viendo porno, el porno ya forma parte de ti. Es, por buscar un símil que esté al alcance de la mano, como el teléfono móvil: puede que no seas consciente de dónde está, pero sabes que anda cerca. Y así, aunque no en el bolsillo del pantalón ni en el bolso de mano, el porno te acompaña a todas partes. Porque el porno es una ideología (además de una industria multimillonaria, con todo lo que ello acarrea en cuanto a dejarse por el camino toneladas de derechos de las personas), es omnipresente y nos atraviesa aunque no sepamos que lo hace. Y aquí radica el peor de los problemas que acarrea: que ahí, en nuestro inconsciente, el porno modela, da forma (y deforma), determina nuestras maneras de pensar la sexualidad y establece una única manera de follar. Esta manera es falocéntrica, agresiva y unidireccional: en el centro del placer aparece como destinatario el hombre, que puede ejercer cualquier tipo de violencia contra la otra parte (las mujeres y niñas), y colorín colorado este cuento… no se ha acabado. Ese porno que no ves, que acaso nunca hayas visto, vive en ti. Y es también con ese porno que mantienes en tu interior como un alien, con el que te acabas masturbando.


Tú te crees que eliges, pero el sistema de sexogénero ya ha elegido por ti. Como cuando vas a comprar ropa o zapatos, y resulta que crees que estás escogiendo libremente, pero en realidad sólo puedes quedarte con aquello que te ha sido ofrecido, nunca por fuera de ese marco. Y esa elección opera en tu contra, mujer, y en contra de todes como reproductora de la ideología heteropatriarcal imperante.

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