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Terapias combinadas para una Vida Plena
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El duelo es un proceso y como tal es recomendable realizarlo. Aunque no hay una única forma de atravesarlo ni un plazo de tiempo adecuado para hacerlo, por qué y cómo son cuestiones que vamos a intentar responder en este artículo sin pretender cerrar el tema, si no más bien abrir la puerta de aquello perdido.


Por qué

Vivir implica pérdidas constantes (todos en algún momento las hemos sufrido y las sufriremos) y también crear y desear a partir de lo perdido. Todas las personas necesitamos de los vínculos para crecer y desarrollarnos. ¿Qué sucede cuando algunos de esos vínculos se rompen? (pareja, muerte, migración, pérdida laboral, paso del tiempo, etc.) Aparece un periodo de gran intensidad emocional al que llamamos duelo.


Este periodo intenso a nivel emocional, aunque cueste y sea doloroso, lo hemos de atender para no caer enfermas, para ser capaces de resolver el conflicto interno que se abre tras esa pérdida. Para que la balanza se decline hacia la pulsión de vida y no hacia la enfermedad, la repetición y el sufrimiento.


Pongamos el caso de una ruptura de pareja. Aquella persona que amaba y que me amaba ya no está, se fue, me dejó, y debo aceptar vivir con lo que me falta, con lo que me duele, con esa sensación de vacío y desesperación. No es fácil, y por ello es necesario realizar un buen trabajo de duelo para reparar aquello roto, pasar por las montañas emocionales de negación, ira, rabia, culpa, depresión, odio, elaboración, aprendizaje y aceptación (no necesariamente en ese orden), y sobre todo, tiempo. El tiempo necesario para poder volver a amar.


Cómo

Para empezar el trabajo del duelo lo primero es reconocer lo que he perdido. Darme cuenta de que ya no está y dejar de negar la realidad. Nombro a la persona perdida, lloro, me enfado, siento la ira, lucho y acepto vivir. Es un trabajo psíquico para expulsar lo que lastima y un recuerdo que duele, ¡vaya si duele! Conforme avanzo, vuelven a aflorar sentimientos que negaba, los recuerdos me trastornan, aparecen síntomas y olvidar parece una tarea imposible.


El trabajo que realizamos con las personas que están en duelo depende de muchos factores y de la subjetividad de cada una, pero no es algo que se pueda resolver como un problema, sino que es un trabajo y como tal demanda coraje y esfuerzo. Estar en duelo implica ambivalencia, contradicción: entre el deseo de que ese dolor desaparezca para poder olvidar, y el que quiere conservar lo perdido. Y aquello que perdemos, no siempre sabemos lo que es, dada su naturaleza inconsciente: no sé lo que perdí con lo que perdí.


En una ruptura de pareja aparecen muchas preguntas que empiezan con un cómo: ¿cómo ha podido dejarme? ¿Cómo puede ser que no me quiera? ¿Cómo se ha atrevido hacerme esto? ¿Cómo voy a vivir sin ella? ¿Cómo puede desear a otra persona que no sea yo? ¿Cómo ha sucedido? Estas preguntas surgen del lugar que ocupaba en mi vida, tan valioso para mí, tan pleno, tan... narcisista. De ese espacio que compartíamos y que nadie más puede ocupar.


La otra persona formaba parte de mi vida, y no es fácil dejar ir su imagen, porque se va una parte de mi historia, del día a día, una parte de mí. Por eso el trabajo del duelo es un proceso de cambio, una metamorfosis.


También surgen preguntas cuando empezamos a repasar la relación de pareja: ¿qué le pido a la persona que está a mi lado? ¿Y cuando ya no está? En ambos casos, muchas veces, demasiado. Y ella jamás podrá colmar el anhelo de completud que deseamos. ¡Todo no es posible, hay que trabajar la incompletud, la falta! La persona que amamos no nos completa, sino que, en el mejor de los casos, nos complementa.


Por ello es tan importante y necesario realizar el trabajo del duelo, ya que si no aceptamos lo que hemos perdido nos identificaremos con esa persona de forma inconsciente y de ahí surge el autocastigo, el juicio severo contra una misma y un dolor que creemos merecer.


Parte del trabajo que hacemos en la terapia es fomentar el compromiso de la persona que consulta consigo misma, para hacerse cargo de su vida. Ello la capacitará para que un día el dolor sea menos, para que pueda pensar en otra cosa, para responsabilizarse, para que le aparezca una nueva sonrisa y, cómo no, la posibilidad de volver a desear.


Un camino se abre, el presente se ilumina y la persona se da cuenta de que ya no es la misma, sino otra que lleva en su recuerdo una batalla librada y el aprendizaje de vivir con dicha pérdida.


Atrapada
Ruptura de pareja


Una persona a la que llamaremos P. está insatisfecha con el curso de su vida y decide pedir ayuda, una suerte de orientación, a un profesional. Acude a la consulta, relata lo que considera su problema, se informa sobre el tipo de terapia, el coste, la frecuencia y otros detalles. Tras pensar al respecto, decide comenzar dicha terapia. Al cabo de unas pocas sesiones, tras observar que no se producen los avances que esperaba, decide abandonar.


P. busca entonces la ayuda de otra profesional, con un enfoque diferente. «Esto es lo que necesito», se dice convencida después de recibir información sobre cómo y cada cuánto tiempo tendrán lugar las sesiones terapéuticas. Sin embargo, cuando lleva un puñado de visitas a la nueva profesional, se convence de que esta no es tampoco la orientación que anhelaba.


Y allá va P., de nuevo, a hablar con otras profesionales, pertenecientes a diversas escuelas, con modelos teóricos bien distintos, con la esperanza de que alguna de esas ofertas se ajuste a lo que anda buscando. Prueba aquí, prueba allá y acullá, pero ninguno de los trajes se ajusta a su silueta.


Un hombre espera en la terminal de un aeropuerto
El turista terapéutico

Cuando algo en nuestra vida se repite una y otra vez, aunque las personas con las que interactuamos cambian y cambian también las situaciones y los escenarios, lo que se está revelando ante nosotros es que el factor de repetición posee un nombre concreto: yo. Lo que queda intocado, continúa invariable, es ese ego que se resiste a cualquier interpelación, a cualquier cuestionamiento externo.


P., como muchas otras personas en la actualidad, se dedica a lo que llamamos turismo terapéutico, un desfile más o menos constante, un casting metódicamente desarrollado, de una a otra consulta profesional. Según el psicoanalista francés Jacques Lacan, todas las terapias curan. Es cierto, sí, pero habría que añadir que cualquier terapia puede resultar eficaz… siempre y cuando la persona que consulta se comprometa con lo que requiere, necesariamente, un trabajo personal profundo. El turista terapéutico no se compromete; ese es su distintivo.


El modelo médico tradicional, el que propone que una persona que padece un malestar consulta con un profesional que sabe lo que le ocurre y se pone en sus manos para que sea él quien se haga cargo de la cura, no vale para los procesos de transformación de la personalidad. Es fundamental hacerse cargo de una misma y, cuando el trabajo terapéutico nos confronta con nuestras oscuridades, poseer el valor de seguir adelante, en la confianza de que el acompañamiento del profesional nos ayudará a atravesar las sombras.


La diferencia entre un viajero y un turista reside, fundamentalmente, en que el turista acude a los sitios en busca de lo que sabe que encontrará, mientras que el viajero se mueve abierto a lo que el camino esté dispuesto a mostrarle. La terapia debería ser un viaje, nunca un destino turístico.

  • Foto del escritor: Eva Rodríguez Renom
    Eva Rodríguez Renom

El sufrimiento viene dado muchas veces por recuerdos traumáticos e insoportables. Cada nueva experiencia o acontecimiento vivido está contaminado por el pasado.


No podemos cambiar lo que sucedió, pero sí podemos crear espacios emocionales seguros desde los que enfrentar esos recuerdos y romper el ciclo de repetición.


El primer paso hacia una vida más plena y segura es aprender a identificar, sentir y nombrar lo que ocurre en nuestro interior. Reconocer nuestras emociones y ponerles palabras es un acto profundo de autocomprensión.


Otro paso crucial es integrar el cuerpo en el proceso terapéutico. Es necesario enseñarle a nuestro organismo que aquello que nos hirió, ya pertenece al pasado. A través de un trabajo consciente y sereno con los pensamientos, emociones y sensaciones corporales, es posible desactivar las respuestas automáticas que quedaron grabadas en nuestro cerebro emocional.


El cuerpo no olvida


La autoconciencia física sirve para liberarnos de la tiranía del pasado
¿Qué dice tu cuerpo?

¿Cuántas veces recurrimos a la mente para ocultar lo que nos sucede? Sin embargo, lo que intentamos reprimir se manifiesta en el cuerpo, que recuerda y expresa lo que aún no hemos resuelto. ¿Qué dice tu cuerpo?


El consumo elevado de medicamentos, el mal uso y abuso de las drogas, comportamientos autolesivos y el exceso de carga laboral ocultan temporalmente las sensaciones y los sentimientos insoportables, pero nuestro cuerpo tiene memoria y sigue llevando la cuenta.


El proceso terapéutico es verdaderamente transformador cuando logramos liberarnos del pasado, no mientras seguimos atrapados en él. Cerrarse al dolor implica también cerrarse a las fuentes de placer y de alegría vital.


Vivir en el presente


Debemos aprender a habitar el presente. Observar y tolerar nuestras reacciones físicas nos permite revisar el pasado de manera segura. La capacidad de sentirnos seguras en compañía de otras personas es esencial para construir una vida plena y con sentido.


En este camino, la autoconciencia corporal es una herramienta poderosa. Nos ayuda a liberarnos de la tiranía del pasado y a mirar nuestro cuerpo con curiosidad y aceptación, en lugar de con miedo.


Este es el camino para volver a ser dueñas de nuestra vida, con autenticidad y libertad.

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