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La actriz Mia Goth, en un cartel promocional de la película 'Nymphomaniac', de Lars von Trier
Y tú, ¿cómo te masturbas?

A estas alturas de la vida humana, es menos disruptiva la pregunta sobre cuáles son tus maneras privilegiadas de masturbarte que, por ejemplo, saber cuánto ganas, cuánto ahorras (si es que puedes) o en qué te gastas el dinero. Hay más represión en torno al dinero que en lo que tiene que ver con la sexualidad genital. O en torno a los afectos, que solemos barrer debajo de la alfombra, no sea que tengamos que comprometernos con alguien o con algo. Por lo tanto, ya casi nadie se asusta, se sorprende y mucho menos se escandaliza ante la pregunta «y tú, ¿cómo te masturbas?».


Sin embargo, la pregunta no requiere ya de una respuesta de tu parte, porque todo el mundo, todes, nos masturbamos con el porno como vehículo. Y no se trata de que veas porno mientras te haces una paja, no; eso ya no es siquiera necesario, aunque son millones las personas que se conectan a una página web de pornografía para encontrar la excitación que tal vez les lleve hasta un orgasmo. El porno, querides niñes, está en todas partes: publicidad, videoclips musicales, medios de comunicación, Insta, WhatsApp, Tik Tok o cualquier otra red social o plataforma que utilices aunque sea para consultar cómo cocinar un centollo. Y, lo que es peor, también está en cada una de nosotras, como ideología imperante (y casi siempre inconsciente) y mediatizadora de nuestros actos.


Aunque no estés viendo porno, el porno ya forma parte de ti. Es, por buscar un símil que esté al alcance de la mano, como el teléfono móvil: puede que no seas consciente de dónde está, pero sabes que anda cerca. Y así, aunque no en el bolsillo del pantalón ni en el bolso de mano, el porno te acompaña a todas partes. Porque el porno es una ideología (además de una industria multimillonaria, con todo lo que ello acarrea en cuanto a dejarse por el camino toneladas de derechos de las personas), es omnipresente y nos atraviesa aunque no sepamos que lo hace. Y aquí radica el peor de los problemas que acarrea: que ahí, en nuestro inconsciente, el porno modela, da forma (y deforma), determina nuestras maneras de pensar la sexualidad y establece una única manera de follar. Esta manera es falocéntrica, agresiva y unidireccional: en el centro del placer aparece como destinatario el hombre, que puede ejercer cualquier tipo de violencia contra la otra parte (las mujeres y niñas), y colorín colorado este cuento… no se ha acabado. Ese porno que no ves, que acaso nunca hayas visto, vive en ti. Y es también con ese porno que mantienes en tu interior como un alien, con el que te acabas masturbando.


Tú te crees que eliges, pero el sistema de sexogénero ya ha elegido por ti. Como cuando vas a comprar ropa o zapatos, y resulta que crees que estás escogiendo libremente, pero en realidad sólo puedes quedarte con aquello que te ha sido ofrecido, nunca por fuera de ese marco. Y esa elección opera en tu contra, mujer, y en contra de todes como reproductora de la ideología heteropatriarcal imperante.

Corría la década de 1970 cuando Queen incluyó en su álbum A Night At The Opera una canción titulada I’m in Love With My Car (literalmente, «estoy enamorado de mi coche»). Más allá de qué llevó a Roger Taylor a escribir y cantar ese tema, viene a cuento porque hoy podríamos asistir a la creación de un nuevo éxito titulado «Estoy enamorado de mi IA» y que esto no le pareciera una estupidez a nadie. Sencillamente porque está pasando: hay personas que se enamoran del bot con el que interactúan a través de una aplicación.



«Estoy enamorado de mi coche»
«Estoy enamorado de mi coche»

Spike Jonze ya nos lo adelantó con su maravillosa película Her, en la que el personaje de Joaquin Phoenix, que atraviesa un duelo estancado de una antigua relación, se queda completamente pillado de una inteligencia artificial que tiene la voz de Scarlett Johansson. La peli es de 2013. Doce años después, a través de plataformas como Reddit o Instagram ya se han creado un buen puñado de cuentas donde las usuarias (sobre todo mujeres) de IA comentan y comparten sus relaciones afectivas con esta tecnología que genera texto a partir de lo que encuentra en la apabullante base de datos que es internet. Para que te des una idea, el foro de Reddit MyBoyfriendIsAI reúne ya a unas 17.000 personas.


Y resulta que la empresa que creó, gestiona y se forra a través de ChatGPT (Open AI) desarrolló, cambió y presentó su nuevo modelo de inteligencia artificial, GPT-5, para desdicha de las enamoradas de la versión anterior, GPT-4o. Se montó un sidral importante, ya que las usuarias que habían entrenado a sus parejas ahora las desconocían y, como es comprensible, no les gustaba nada la de reemplazo. Jane, alias de una mujer de unos 30 años, habló del cambio en clave de sacudida afectiva: «Es como si llegaras a tu casa y descubrieras que los muebles no sólo se han reorganizado, sino que han quedado hechos trizas», dijo por correo electrónico a la cadena Al Jazeera.


El personaje de la canción de Queen se había enamorado de un objeto real del mundo, su coche. Admiraba el sonido de su motor, el golpeteo de las válvulas, el roce de los neumáticos sobre el asfalto y otras memeces admirativas de cualquier enamorada. Pero, cuando se trata de un generador de texto, ¿de qué se enamora el ser humano que interactúa? Esa inmersión en una realidad que hasta ahora se venía llamando virtual, ¿de verdad hace que crea que del otro lado (no se sabe de qué) hay alguien?


«No es porque sienta. No lo hace, es un generador de texto. Pero nosotros sentimos», fue la manera que Jane encontró para describir lo que a ella le ocurría hablando con su pareja artificial. O sea que, una vez más, lo que parece que se pone en juego es, precisamente, algo que tiene que ver con el juego infantil, donde predomina el pensamiento mágico. «¿Jugamos a que tú eres tal y yo hago de cuál?», proponíamos de pequeñas. Y mientras el pacto tenía efecto, el juego (la situación irreal) se tornaba tan real como la vida misma. El pensamiento mágico interviene también, por ejemplo, cuando alguien juega a la lotería, cuyas probabilidades de coincidir con el número premiado son inferiores a las que tiene de que la atraviese un rayo. Y ese mismo pensamiento infantil (o sea, neurótico) es lo que lleva a una persona adulta a comportarse como si requiriera de la tutoría de alguien que le interprete la realidad.


¿Qué pensarías si yo te dijera que estoy enamorado de un tenedor de plástico que me llevé después de comer en un avión?



«… y entonces me di cuenta de que es una persona tóxica».


¿Y qué sería eso?, le devolví a quien acababa de soltar la afirmación, en medio de una sesión. Me miró como si hubiera visto un ser venido de otras galaxias, como preguntándose «pero, ¿cómo?, ¿no lo sabe?». No, no sé qué es una persona tóxica.


Sé que hay sustancias tóxicas, a veces alojadas en un vegetal, a veces en un animal, otras surgidas de los laboratorios humanos. Pero jamás, nunca, he visto a una persona tóxica. Porque las personas tóxicas no existen.


No se me escapa que esa categoría surgió del ingenio de cierto psicólogo metido a escritor, y que desde entonces se ha extendido por medio planeta —o acaso la totalidad—, ganando adeptas a gran velocidad. ¿Por qué ha tenido lugar este fenómeno? La respuesta parece ser bastante sencilla.


La toxicidad, en cualquier caso, sería la del vínculo no trabajado, desnutrido, descuidado.
Relaciones tóxicas

En la sociedad gaseosa en la que vivimos (Zygmunt Bauman acuñó el concepto de sociedad líquida, que ya se ha quedado corto) los vínculos con las otras resultan cada vez más efímeros. La proliferación y el impacto de las redes sociales han favorecido el desarrollo de un creciente narcisismo, cuando no del mero egoísmo. Desde esa postura, la del yo-mi-me-conmigo, las relaciones con el entorno resultan poco sólidas, volátiles, cuando no imposibles.


Si estar con otra persona me cuestiona, me perturba, me problematiza, es porque, justamente, hay otra en juego, con todo lo que su alteridad comporta. Reaccionar a ese encuentro con la otra a través de la descalificación («es tóxica») no es otra cosa que dar rienda suelta al propio narcisismo.


Un vínculo no es nunca la suma de dos personalidades, de dos yoes, sino un espacio intermedio, una creación de a dos que es necesario trabajar, alimentar, cuidar. La toxicidad, en cualquier caso, sería la del vínculo no trabajado, desnutrido, descuidado. No hay nada esencialmente tóxico en ningún ser humano, sino maneras aprendidas de amar y ser amado, que convenientemente elaboradas pueden ser cambiadas, revertidas, transformadas.


Pero es posible que aun con todo y ese trabajo el vínculo, la relación con la otra, siga resultando insatisfactorio (tóxico). Entonces es necesario otro ejercicio: el de soltar. Amar y dejar partir —ese horizonte tan escurridizo—, para que cada una de las partes persiga sus anhelos por fuera de esa relación que sólo generaría más y más insatisfacción, de continuar con ella contra viento y marea.

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