No estés triste. No estés desganada. No te sientas cansada. No muestres esa expresión de hastío. No quiero escucharte más diciendo que no encuentras un sentido para tu vida. Desaparece de mi vista (y de mi vida) si no es para aportarme alegría. ¡Sonríe! ¡Disfruta! Demuestra y demuéstrate que estar viva es un regalo maravilloso. Siempre. Ya. ¡Ahora!
Vivimos tiempos de negación de los estados de ánimo sombríos. Si te sientes mal, si estás de bajón, si te deprimes porque casi nada en tu vida funciona como a ti te gustaría, procura no mostrarte así ante las otras personas, ni siquiera ante las más amigables, porque conseguirás que dejen de querer estar contigo, de escucharte, de quedar siquiera para un encuentro breve. Está prohibido dejarse caer en el hueco que abren los afectos que se desarrollan en la penumbra del espíritu, eso que Spinoza definió como las pasiones tristes.
Pero, cuidado, porque resulta que son esas pasiones tristes, esos estado de ánimo sombríos, los que nos permiten acceder al conocimiento y sobre todo al autoconocimiento, a la vez que abren las puertas de la conexión interna y la compasión sanadora proveniente de las otras. Porque las personas conectamos más y mejor cuando estamos decaídas, tristes.
En unos años, apenas unas décadas, hemos pasado de los consejos en los libros de autoayuda a las fórmulas mágicas que proponen y propagan las redes sociales. La imagen boba de gente sonriendo, saltando, bailando, jugando, que bombardean la publicidad y los medios ahora provienen de los dispositivos móviles, donde todo el tiempo encuentran cabida y amplificación unos modelos de bienestar que —digámoslo de una vez— no son humanos, porque descartan por completo la posibilidad de que te encuentres de mal humor, triste o desganada. Esas fórmulas te ofrecen pautas para evitar el dolor, el sufrimiento, dando por hecho que estar triste o ansiosa es algo negativo, a erradicar, en vez de promover que esos estados acontecen en ciertos periodos en tu vida y que forman parte de un continuo ir y venir.
Hay una omnipresencia de positividad tóxica.
Ya casi nadie (acaso tú tampoco) se sienta con una amiga a escuchar su tristeza, a compartirla con ella (de eso se trata la empatía). Lo que ocurre cada vez con mayor frecuencia es que, si muestras tristeza o malestar de algún tipo, te conminen a abandonar ese estado anímico. En los duelos, cuando se hace necesario elaborar la ausencia que sigue a la pérdida y conectar con las pasiones tristes que se desencadenan, resulta especialmente desolador que nos obliguen a distraernos, a divertirnos, a no pensar más en eso.
Es muy bueno llevar una sonrisa en el rostro, siempre y cuando no nos sirva como máscara para que no nos pregunten qué nos pasa porque nos tenemos que sentir bien. Y el problema empieza ya desde la infancia: si una criatura no se muestra optimista, debe ser que está enferma. El precio de estos mandatos es no querer reconocer que la gente sufre, enferma, muere, que la vida está salpicada de padecimiento y dolor. Sin esa máscara feliz hay más transparencia y también relaciones más sinceras.
Los estados de ánimo oscuros no son problemas. Puedes estar en un momento infeliz, sufriendo, pero no por ello estás rota. Sentir, no sólo felicidad o alegría, sino el amplio repertorio de afectos que nos humaniza, es un tesoro. La ansiedad y el enfado ayudan a aprender. La persona angustiada está atenta, observa con los ojos bien abiertos, alimenta su alma con análisis y crítica. Porque lo que no nos dicen cuando nos obligan a estar siempre alegres es que detrás de esa alegría estúpida se espera aceptación y mansedumbre ante cualquier maltrato o injusticia que nos lancen encima.