Para mí, significa una experiencia de apertura. Con todo lo que representa ese abrirse, que es mucho y difícil. La meditación es una revelación. Revela algo muy preciado, aunque también revela molestia. Otras veces revela sorpresa, un descubrirse una misma. En otras ocasiones, ese descubrimiento es incómodo; en otras, en cambio, es enormemente gratificante. Sentarme a meditar cada día es un viaje único, distinto, sin retorno y con muchas sinergias.
Hay un montón de razones para realizar la práctica de la meditación, y todas ellas resultan enormemente satisfactorias y beneficiosas; y también, a la vez, como ocurre en cualquier crecimiento, no es un camino de rosas. Sin obstáculos es imposible crecer. Sin desafíos, sin tormentas, sin sombras, sin dificultades… nuestro desarrollo es vacío y sin esencia. Toparse con el yo egoico, con las resistencias, las incomodidades, las tensiones, los bloqueos, las crispaciones… no resulta para nada un camino fácil.
Cuando decimos «tengo una contractura en la espalda», ¿quién es la que está contracturada? Yo no estoy mal, es mi espalda, como si mi espalda no fuera parte de mí. El lenguaje nos pone trampas y nos aleja del cuerpo que somos. Y de la unidad.
También medito para despojarme de aquello que me sobra, que me bloquea, que me resta… para enfrentarme a mis resistencias yoicas, para liberarme de capas que ya no necesito y, cómo no, para acercarme a mi ser esencial. Es, sin duda, una apuesta personal que recomiendo y que vale mucho la pena. No cuesta dinero, no hacen falta conocimientos previos. Sólo es necesario sentarse y observar qué sucede. Eso sí, poniendo atención a la postura, sentir cómo la tierra nos acoge y nos impulsa a la vez al cielo desde nuestro centro, desde el Hara.
¿Y tú, meditas? ¿Qué experimentas en la meditación?