Hemos de aprender a simplificar, a soltar la maraña de pensamientos que nos atrapa y fluir en la quietud de cada sentada.
Cuando te sientas a meditar, siéntate. Así de simple. Como el río que fluye sin esfuerzo, deja que tu mente se aquiete y tu corazón respire. Haz de ello un ritual, un regreso al silencio que siempre ha estado dentro de ti.
La respuesta no se encuentra afuera; florece en tu interior. Permite que emerja como una hoja en el agua, ligera y sin prisa. Acógela sin intentar moldearla, sin controlar su curso. Vívela, obsérvala, sé testigo.
Escucha lo que surge: pensamientos, emociones, recuerdos. Cada uno tiene su lugar, cada uno pasa como nubes en el cielo. Sin juicio, sin aferrarte, solo observa.
En ese espacio de espera y de no-hacer, lo adecuado surge por sí mismo. Como el amanecer que rompe la noche o la brisa que mueve suavemente los árboles, la vida revela su ritmo y su sabiduría cuando aprendemos a estar presentes.