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Foto del escritorEva Rodríguez Renom

Practicar za-zen es vivir la experiencia. Za significa sentarse y Zen meditación, concentración. Si se ejercita diariamente, es muy eficaz para liberar al espíritu de las cadenas repetitivas de nuestro ego y para el desarrollo de la intuición.


Zen es muy simple y a la vez muy difícil de comprender y practicar. Sólo es necesario sentarse y experimentar, estar en el aquí y ahora. Estar presentes en nuestro cuerpo y espíritu, el cuerpo para asentarnos y arraigarnos en la Tierra, proyectados en vertical hacia el Cielo, mientras el espíritu se acalla y nos permite estar en nuestro centro. Se requiere práctica, práctica y práctica. No hay nada que obtener, no hay nada que buscar. Es estar presente en cada cosa que realizamos: cerrar una puerta, colocar un objeto, comer, conducir, caminar, escuchar, hablar, estar de pie, estar tumbado, sentado...


Aquí y ahora es estar en lo que hacemos. Cuando tenemos que pensar, pensamos, pero desde el momento presente. Podemos planear, por supuesto, como también escribir pensando en el pasado, pero hemos de estar presentes enteramente en lo que hacemos.


Practicar za-zen es vivir la experiencia. Za significa sentarse y Zen meditación, concentración. Si se ejercita diariamente es muy eficaz para liberar al espíritu de las cadenas repetitivas de nuestro ego y para el desarrollo de la intuición.
Practicar za-zen

La vida actual está repleta de ruidos. El Zen es una vía de regreso al silencio. A partir del silencio, y desde ahí, hablar. A partir de ahí, ser capaces de transmitir la palabra justa.


Prueba a estar en silencio. No es fácil y requiere de práctica. Estar en silencio, en calma y quietud mental, ayuda a que tanto la soledad como los pensamientos limitantes se desvanezcan. Estar en silencio y en quietud es una de las acciones más potentes que podemos hacer. Atrévete a experimentarlo.


Practicar za-zen es una actitud. Es vivir, estar y ser en cada instante de la vida cotidiana.



Cuando la pubertad reabre las puertas de la sexualidad se inicia un camino de experimentación. En épocas anteriores a internet, chicas y chicos de todo el mundo buscaban como podían información que les diera una pauta acerca de ese misterio: ¿qué es hacerlo? Y, una vez conseguían alguna pista sobre el qué, aparecían más preguntas: ¿cómo se hace? ¿Hace daño? ¿Qué tengo que sentir? ¿Y si no me gusta? Y así, decenas de otras cuestiones.


La adolescencia, que muchas personas romantizan en la edad adulta, es una etapa de la vida preñada de dudas, dificultades e inseguridad. A las continuas comparaciones que acarrean tanta desdicha se suma el desconocimiento por lo que ya asoma la cabeza, el mundo adulto, mientras se realiza un penoso trabajo de duelo por la infancia abandonada. Y, mientras tanto, los reclamos de una sexualidad desatada se abren paso como pueden, casi siempre a trompicones, torpemente. Por eso se hace tan necesaria una guía, un modelo, un manual que explique cómo deberían ser las cosas. Y esa guía ya no pueden ser los modelos parentales.


Desde que internet se ha vuelto omnipresente en nuestras vidas, esa guía, ese modelo, ese manual que explica cómo deben ser las cosas en materia de sexualidad se llama pornografía. El porno, que lo ha invadido todo (la publicidad, la música pop, un mercado de consumo que apela a los cuerpos sexuados como escaparate para vender cualquier cosa), pasa por ser alfa y omega de la sexualidad. Dime cómo quieres gozar y te diré cómo hacerlo, parece ser la promesa. Y ahí van millones de adolescentes de todo el mundo, a mirar cómo se hace aquello que, de otra manera, tendrían que aprender con la educación y la práctica, aquello que implica la exploración, en descubrimiento, el conocimiento y el re-conocimiento de un cuerpo otro, de una realidad diversa, de una otredad inquietante a la vez que excitante. El porno te resuelve el problema, lo que también se traduce como el porno te responde las preguntas.


Unas manos de mujer sujetan un pepino
Sexo adolescente después de los 40

La mala noticia es que cuando nos quedamos sin preguntas el mundo acaba siendo como dicen que es quienes ofrecen las respuestas, quienes obturan nuevas preguntas, quienes boicotean cualquier afán de experimentación. Por eso la sexualidad es, hoy por hoy, equivalente a la pornografía. O, como mucho, algo de lo que entiende la sexología. Y el asunto se agrava cuando ya no son sólo las personas adolescentes quienes acuden a la pornografía como quienes consultaban al oráculo en Delfos, sino adultas que ya cuentan o sobrepasan con creces los cuarenta años, pero que, como aquellas púberes, creen que en las prácticas de esa industria se hallan las respuestas a sus anhelos.


Cada vez escuchamos más y más, en el marco de la consulta, malestares derivados de no poder lo que propone el porno. Personas adultas sufren y vivencian con preocupación ya no su inadaptación a los cánones estéticos de la industria cárnica de la pornografía, sino y sobre todo el no llegar a los estándares que dictan esos vídeos, que presentan un abanico de prácticas basadas en el falocentrismo y la explotación y maltrato de niñas y mujeres, del que también se derivan las consecuencias indeseadas del uso y abuso de esas prácticas (cosificación de los cuerpos incluido el propio, desafección en las relaciones sexuales, falta de deseo o bajón repentino durante el coito, etc.).


Pretender un sexo adolescente después de los 40 es una manera más de alineación del cuerpo propio y de las formas deseantes de la sexualidad no normativa. Creer que hay una manera de hacerlo es propio de los años en que buscábamos esa guía, esa respuesta que taponara la pregunta. Ser adolescente más allá de los 40, en cualquier aspecto, es sinónimo de falta de desarrollo cognitivo, la llave de acceso al desarrollo experiencial.

Foto del escritorFabián Ortiz

No estés triste. No estés desganada. No te sientas cansada. No muestres esa expresión de hastío. No quiero escucharte más diciendo que no encuentras un sentido para tu vida. Desaparece de mi vista (y de mi vida) si no es para aportarme alegría. ¡Sonríe! ¡Disfruta! Demuestra y demuéstrate que estar viva es un regalo maravilloso. Siempre. Ya. ¡Ahora!


Vivimos tiempos de negación de los estados de ánimo sombríos. Si te sientes mal, si estás de bajón, si te deprimes porque casi nada en tu vida funciona como a ti te gustaría, procura no mostrarte así ante las otras personas, ni siquiera ante las más amigables, porque conseguirás que dejen de querer estar contigo, de escucharte, de quedar siquiera para un encuentro breve. Está prohibido dejarse caer en el hueco que abren los afectos que se desarrollan en la penumbra del espíritu, eso que Spinoza definió como las pasiones tristes.


Pero, cuidado, porque resulta que son esas pasiones tristes, esos estado de ánimo sombríos, los que nos permiten acceder al conocimiento y sobre todo al autoconocimiento, a la vez que abren las puertas de la conexión interna y la compasión sanadora proveniente de las otras. Porque las personas conectamos más y mejor cuando estamos decaídas, tristes.


En unos años, apenas unas décadas, hemos pasado de los consejos en los libros de autoayuda a las fórmulas mágicas que proponen y propagan las redes sociales. La imagen boba de gente sonriendo, saltando, bailando, jugando, que bombardean la publicidad y los medios ahora provienen de los dispositivos móviles, donde todo el tiempo encuentran cabida y amplificación unos modelos de bienestar que —digámoslo de una vez— no son humanos, porque descartan por completo la posibilidad de que te encuentres de mal humor, triste o desganada. Esas fórmulas te ofrecen pautas para evitar el dolor, el sufrimiento, dando por hecho que estar triste o ansiosa es algo negativo, a erradicar, en vez de promover que esos estados acontecen en ciertos periodos en tu vida y que forman parte de un continuo ir y venir.


Hay una omnipresencia de positividad tóxica.


Dos mujeres jóvenes se hacen un selfie mientras saborean dulces
La imagen boba de gente sonriendo es bombardeada por la publicidad y los medios


Ya casi nadie (acaso tú tampoco) se sienta con una amiga a escuchar su tristeza, a compartirla con ella (de eso se trata la empatía). Lo que ocurre cada vez con mayor frecuencia es que, si muestras tristeza o malestar de algún tipo, te conminen a abandonar ese estado anímico. En los duelos, cuando se hace necesario elaborar la ausencia que sigue a la pérdida y conectar con las pasiones tristes que se desencadenan, resulta especialmente desolador que nos obliguen a distraernos, a divertirnos, a no pensar más en eso.


Es muy bueno llevar una sonrisa en el rostro, siempre y cuando no nos sirva como máscara para que no nos pregunten qué nos pasa porque nos tenemos que sentir bien. Y el problema empieza ya desde la infancia: si una criatura no se muestra optimista, debe ser que está enferma. El precio de estos mandatos es no querer reconocer que la gente sufre, enferma, muere, que la vida está salpicada de padecimiento y dolor. Sin esa máscara feliz hay más transparencia y también relaciones más sinceras.


Los estados de ánimo oscuros no son problemas. Puedes estar en un momento infeliz, sufriendo, pero no por ello estás rota. Sentir, no sólo felicidad o alegría, sino el amplio repertorio de afectos que nos humaniza, es un tesoro. La ansiedad y el enfado ayudan a aprender. La persona angustiada está atenta, observa con los ojos bien abiertos, alimenta su alma con análisis y crítica. Porque lo que no nos dicen cuando nos obligan a estar siempre alegres es que detrás de esa alegría estúpida se espera aceptación y mansedumbre ante cualquier maltrato o injusticia que nos lancen encima.

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