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Terapias combinadas para una Vida Plena
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  • Foto del escritor: Eva Rodríguez Renom
    Eva Rodríguez Renom

Muchas veces se confunde placer con felicidad, y no son lo mismo. La confusión a menudo surge porque ambos estados pueden hacernos sentirnos bien y mejorar nuestro estado de ánimo. En una de sus charlas, el profesor Robert Lustig, endocrinólogo pediátrico, establece algunas de las diferencias básicas entre el placer y la felicidad:


  • El placer es pasajero. La felicidad es permanente.

  • El placer es visceral. La felicidad es etérea.

  • El placer es tomar. La felicidad es dar.

  • El placer se puede conseguir con sustancias. La felicidad no.

  • El placer se experimenta solo. La felicidad usualmente se experimenta en grupos sociales.

  • Los placeres extremos llevan a la adicción, ya sea a través de sustancias o de comportamientos. Y no hay algo como ser adicto a la felicidad.

  • El placer es dopamina. La felicidad es serotonina.


La dopamina y la serotonina son dos de los neurotransmisores más importantes del cerebro, y su función consiste en que las neuronas se comuniquen entre sí. La dopamina está implicada en la regulación de muchas operaciones en nuestro cerebro. Por ejemplo, está asociada a los procesos de motivación, placer y recompensa. Es el neurotransmisor encargado de la satisfacción inmediata, del éxtasis y de las sensaciones de placidez que sentimos cuando logramos algún objetivo. La serotonina está vinculada a la alegría, a la satisfacción vital, a la serenidad, a la felicidad. Una de sus funciones fundamentales es la regulación de nuestro bienestar emocional, la calidad del sueño, la digestión, la función cognitiva y la percepción del dolor.


La dopamina activa un mecanismo cerebral llamado circuito de recompensa. La liberación de dopamina nos hace sentir bien, lo que refuerza el comportamiento que llevó a esa recompensa. ¿Qué puede implicar? La búsqueda, una y otra vez, de repetir comportamientos y consumos a fin de conseguir placer. Pero, cuidado, porque la próxima vez necesitaremos una dosis más fuerte para sentir el mismo estímulo y, como habrá menos receptores disponibles, necesitaremos una dosis más grande. De este modo, llegará un momento en que aunque recibamos una dosis enorme, no sentiremos nada. Es lo que se conoce como tolerancia. Y también llegará un momento en que a causa de estas dosis tan altas, las neuronas comenzarán a morir. Este caso es lo que se conoce como adicción.


En cambio, la serotonina es inhibidora, no es un estimulante, por lo que no podemos tener una sobredosis de serotonina. La serotonina inhibe al receptor, para producir alegría. En otras palabras, inhibir significa que adhiere, pero no activa el proceso más allá del receptor. Básicamente, lo que hace es desacelerar esas neuronas en lugar de acelerarlas. Y al hacerlo se activa el proceso para la alegría, lo que llamamos felicidad.


Sin embargo, hay una cosa que suprime la serotonina: la dopamina. Así, mientras más placer busquemos más «infelices» seremos. Eso no significa que el placer sea malo, sino que se está buscando incorrecta y abusivamente.


Las corporaciones fomentan y aprovechan la confusión entre placer y felicidad para vendernos el gusto que desencadena la dopamina (sexo, azúcar, alcohol, drogas, videojuegos, redes sociales, compras, etc.), con la promesa de esa falsa felicidad. Y lo que sucede es que con altos niveles de dopamina se puede disminuir y regular la serotonina, haciéndonos menos capaces de experimentar la felicidad.


Es la trampa en que caemos todos: sustancias que impulsan el placer en lugar de la felicidad. Si no somos capaces de darnos cuenta de estas diferencias, cada vez nos estamos volviendo más desconectados, egoístas y narcisistas. Por ello es necesario hablar, identificar, analizar y elaborar lo que nos provoca insatisfacción, y no taparlo con dosis de placer que nos alejan más y más de la alegría de vivir.



Codicia
El placer no es la felicidad



Este texto no se ajusta a la corrección política, porque la persona que lo firma no cree que tal cosa sea posible. Por eso, lo diré más claramente: a la mierda la corrección política, e incluso lo que entendemos por política, ese circo parlamentario donde la única preocupación es el reparto del poder, el mamoneo y los titulares de la prensa mediatizada y maniatada.

Un hombre abatido en el sofá, junto a unos medicamentos
Contra el psicologismo, a favor del paciente

Este texto va sobre psicologismo. ¿Qué es eso? La tendencia a atribuir a razones psicológicas y subjetivas asuntos que exceden ese marco. Más allá del caso por caso, que sigue siendo un referente en nuestra labor como psicoterapeutas, es indispensable, fundamental y necesario un marco referencial a la hora de pensar los malestares y sufrimientos de las personas que nos consultan. Estar contra el psicologismo es actuar a favor del paciente. Voy a poner algunos ejemplos posibles.

Un chico de 23 años, que acaba de terminar sus estudios universitarios, encuentra un empleo como aprendiz en una tienda de una multinacional de ropa. Consulta por ansiedad. Después de algunas entrevistas, sus condiciones laborales (horario, tareas, salario) se revelan como propias de un sistema explotador (que es, por otra parte, al que se ve sometida la mayoría aplastante de la humanidad). ¿Cómo no va a sufrir ansiedad, si lo tratan casi como si fuera un esclavo? Lo más normal es que quiera descargar su impotencia, su frustración y su rabia contra cualquiera, contra lo que sea. Sin embargo, en un mundo políticamente correcto semejante reacción está sancionada como improcedente, como si no estuviera ajustada a fines. Falso: nuestro chico de 23, en otro momento histórico, habría tenido otra escucha por parte de sus compañeros, de sus amigos, acaso también de sus familiares, lo habrían animado a la protesta, a la lucha, a la reivindicación; es decir, a viabilizar caminos por los que descargar una parte de la hostilidad acumulada.

Una persona de 35 consulta porque acaba de comenzar una convivencia con su pareja, después de un par de años de relación, y algo va rematadamente mal. El problema es que su pareja, única hija de la unión de sus padres, no parece dispuesta a hacerse cargo de las tareas domésticas. ¿Se lo ha planteado? No. ¿Por qué? Porque teme que se moleste y quiera romper el vínculo. La expectativa de abandono es fruto de la propia manera en que nuestra persona de 35 fue criada, pero ¿no hay nada ambiental incidiendo en esos miedos? ¿O es que vivimos en la mejor de las sociedades posibles? ¿Es nuestra sociedad un marco donde existen el apoyo mutuo, el cuidado de las otras personas, la solidaridad, la cooperación, la sana y atenta preocupación por el bienestar de todas? Las respuestas son negativas, claro. Vivimos un momento histórico de la cultura donde el individualismo y su correlato psicológico, el narcisismo, se aplauden como valores a fomentar. Nuestra paciente de 35, cuando le plantea un reparto equitativo de tareas domésticas a su pareja, recibe por respuesta una mirada fija a la pantalla de su teléfono móvil: un signo de los tiempos.

La casuística podría continuar, con ejemplos de personas deprimidas, hipocondríacas, obsesivas, fóbicas… todas ellas víctimas, sí, claro, de sus historias particulares, pero también y sobre todo, rehenes de un modo de vida que exige todo a cambio de poco, con contratos leoninos que apenas dan como retribución unas migajas para pagar el alquiler ya no de un apartamento, sino de apenas una habitación. A eso le llamamos vida. Si esto es lo que propone el sistema, identificarse como antisistema no es una opción, sino ya un deber ético y moral. Y quebrarse, sufrir, sentirse mal como consecuencia de todo ello es la consecuencia lógica, no una enfermedad que estigmatice a quien padece tal depauperación. La respuesta frente a lo que nos quiere aplastar, a veces, no puede ser otra que sucumbir. Y luego, claro, está la propia neurosis, que aporta lo suyo.

De este lado del diván, escuchamos con el marco de referencia que acabamos de describir. En ese marco, y nunca por fuera de él, se desarrollan los malestares neuróticos. Es fundamental tenerlo presente. No hacerlo nos conduciría al psicologismo, y bastante castigadas vienen ya quienes piden nuestra ayuda como para, encima, cargarles ese otro muerto a las espaldas.


[Actualizado el 11/10/2023]

El artículo que leerás aquí aporta datos recientes sobre la situación de las trabajadoras en Catalunya en relación a la salud mental y su ocultamiento en el ámbito laboral, justamente de donde se derivan la mayoría de los malestares.

La costumbre tiene ya unos cuantos años, tal vez más de una década. Una mujer heterosexual queda encinta, y su pareja, un hombre heterosexual, proclama: «Estamos embarazados». Ella misma, la embarazada, hace suyo el plural y lo va repitiendo por ahí, ante sus familiares, amigas y conocidas. Pero, niñas, niños y niñes, tomad nota: los únicos seres humanos que pueden quedar embarazadas son las hembras, que también son quienes paren a sus crías.


Decir «estamos embarazados», cuando sólo un miembro de la pareja tiene esa capacidad, no es una moda, una frase al pasar, un asunto menor o, como podría pensarse con la lectura de este artículo, una frivolidad de la que no es necesario hacerse cargo. La frasecita, si la analizamos, encierra toda una carga milenaria de hegemonía heteropatriarcal. «A usted se le va la pinza», escucho a una lectora que me interpela. No, le respondo a esa persona, no me he vuelto loco ni exagero un ápice.


El asunto volvió a asaltarme porque, hace cuatro días, una mujer hetero cis a quien atiendo en la consulta soltó el ya célebre «estamos embarazados». La hice volver sobre la frase, que de no haber sido así se habría deslizado quietamente hacia el olvido, y se defendió alegando que fue la médica que la atendió quien utilizó ese modo, que embarazaba también al marido de la paciente. Pero da igual quién lo diga, sea médica, paciente, bombera, primera ministra o astronauta: el asunto no pasa por el emisor, sino por las connotaciones que conlleva. Dicho de otro modo: porque están en juego, una vez más, relaciones de poder.


Si las mujeres son las únicas capaces de quedarse embarazadas y, por tanto, de parir a sus hijas e hijos, ¿qué pintan en ello los hombres, como para atribuirse una distinción semejante que les es totalmente ajena? Pintan, queridas niñas, niños y niñes, lo que han venido pintando desde el origen de los tiempos, o sea, la apropiación indebida de algo que no les pertenece. El expolio milenario que han padecido y aún hoy padecen millones de mujeres en todo el planeta no debe ser permitido ni un día más. Y esto pasa, obviamente, por los hechos, pero también por el uso de las palabras que empleamos para nombrar la realidad.


Resulta que me quedo embarazada, que tendré que vérmelas con la angustia de no saber cómo marchará la gestación, que deberé aguantar como puedas las náuseas, los vómitos, la hinchazón de mis pies, la incomodidad para dormir cuando mi panza crezca más y más, las constantes ganas de mear porque la presión del feto sobre la vejiga produce que vaya una y otra vez al lavabo, tal vez el estreñimiento que muchas veces acarrea el embarazo, la pesadez de mi cuerpo entero, las contracciones y otra vez la angustia, ahora ante el parto, el trabajo en el paritorio, tal vez una cirugía cesárea y, por fin, después de mucho esfuerzo y tanto tiempo, ver nacer a mi criatura… para que venga el padre a decirme, a decirle al mundo, que la mitad de todo eso es suyo porque el también estaba embarazado.


Como dijo Freud hace un siglo, se empieza por renunciar al nombre de la cosa y se acaba por ver cerrado el acceso a la cosa misma.


Un hombre abraza a una mujer embarazada
«Estamos embarazados»

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