top of page
Terapias combinadas para una Vida Plena
Buscar
  • Foto del escritor: Eva Rodríguez Renom
    Eva Rodríguez Renom

Lo roto
Cuando las cosas se rompen

Hay momentos en los que por más amor, paciencia o entrega que pongamos, las cosas simplemente se rompen. Insistir puede ser más doloroso que aceptar. En esta entrada, te invitamos a reflexionar sobre la importancia de dejar ir desde el amor, respetando tanto tu proceso como el de las demás personas. Sanar no es olvidar ni negar; es abrazar lo que fue, aprender de ello y caminar hacia lo que está por venir, aunque duela.


Cuando las cosas se rompen, no te esfuerces en querer pegarlas si sólo eres tú quien lo intenta. El amor, el respeto y el compromiso son caminos de ida y vuelta; no basta con que una solo quiera sostener lo que ya se ha roto. A veces las cosas suceden por alguna razón que ahora no comprendes, pero que más adelante tendrá sentido en tu vida.


No insistas en salvar ni cuidar a quien no desea ser cuidado ni amado. No puedes llenar un corazón que no se abre, ni sanar heridas que no quieren ser vistas. Aprender a respetar los procesos ajenos es también un acto de respeto hacia ti misma.


No renuncies a lo que eres por quien eligió seguir otro camino. Quien se aleja, elige su propio aprendizaje, su propio deseo, y eso no significa que tú debas perderte a ti misma en su partida.


No hieras tu alma intentando una vez más, a cambio de nada, cuando ya se ha ido todo lo que había. Aprende a soltar, aunque duela, aunque cada paso hacia adelante se sienta como caminar en contra del viento.


Acepta lo que es, en estos momentos, y avanza a tu propio ritmo. No es sencillo, es cierto; habrá días duros, de nostalgia y de silencio. Pero también habrá amaneceres nuevos, pequeños brotes de esperanza. Se trata, poco a poco, de elaborar el duelo, de reparar las grietas internas, de reconstruirte desde el amor propio y seguir caminando.


A veces sanar es un trabajo diario, pequeño y silencioso. Pero cada paso, cada pequeño acto de cuidado hacia ti misma, cuenta.


La otra persona, como tú, está en su proceso y quizás más adelante podáis encontraros de nuevo o quizás vuestros caminos ya serán muy distintos y no será posible este encuentro.


La vida nos enseña tanto… Nos invita, a veces de forma dolorosa, a crecer, a comprender que todo tiene su tiempo y su propósito. La vida es un aprendizaje constante, una escuela de paciencia, de resiliencia y de amor.


Cada uno de nosotras escoge lo que cree que es mejor para su propio bienestar. Y aunque no siempre podamos evitar el dolor, sí podemos aprender a vivir sin aferrarnos a él, sin hacer de las heridas nuestro hogar.


Y por encima de todo ello te recomiendo, que te equivoques de estación, que camines sin brújula, que desordenes tus pensamientos, que transformes tus recuerdos, que dibujes nuevos sueños, que bailes desnuda, que sientas de nuevo y que vivas sin miedo.


Recuerda: No todo lo que duele debe ser reparado. A veces, es muy conveniente y necesario que sea liberado.




«...la aceleración, la intensificación, la ubicuidad del estímulo neuroinformativo (la conexión perpetua, la interacción constante con la pantalla, la participación diaria en juegos que no implican la presencia de otros jugadores, sino de un automatismo electrónico) están produciendo una incapacidad para desconectar el flujo mental del estímulo exterior y, en consecuencia, una progresiva anulación del pensamiento en tanto que flujo mental independiente».


El activista, filósofo y escritor italiano Franco Bifo Berardi se expresa así en Desertemos (Prometeo, 2024) a propósito de lo que entiende como un tránsito que va de la depresión a la hiperestimulación, un circuito que viene creciendo exponencialmente en especial desde la pandemia de covid-19 en 2020.


Hace ya más de 30 años que la psiquiatría global arroja sobre la cabeza de millones de personas de todo el mundo diagnósticos —con su consiguiente administración de psicofármacos— de autismo y trastorno por déficit de atención con/sin hiperactividad (TDA/TDAH). Las víctimas privilegiadas de esta práctica son las menores de edad. Da igual lo que millones de profesionales de la salud mental digan en contra de esos diagnósticos y esa medicación. Como también dio igual lo que el reconocido psiquiatra estadounidense Leon Eisenberg había dicho a sus 87 años, siete meses antes de su muerte, en su última entrevista publicada: «El TDAH es un ejemplo de una enfermedad ficticia».


Al fomentar esta práctica de diagnosticar y recetar medicamentos, la Big Pharma tiene un filón para seguir facturando miles de millones de euros al año. Las multinacionales farmacéuticas no se detendrán, así como no dejarán de tender puentes entre sus intereses comerciales y las muchas profesionales de la salud mental dispuestas a venderse por un suculento plato de lentejas. Nos quieren enfermas. Nos quieren clientas.


«Internet nos vuelve estúpidos», sostiene Berardi, que habla de «neurodependencia» para designar la tendencia a vivenciar como si fuéramos drogadictas la separación de los dispositivos móviles. El riesgo es evolucionar (si no involucionar...) hacia un mundo poblado de seres cada vez más desactivados de la «inteligencia empática humana».


Nuestra tarea como psicoterapeutas también consiste desde hace ya décadas en cuestionar el uso adictivo de la conexión a internet y, por supuesto, en no abrir la «senda química» con la ligereza y la nula conciencia ética que el mandato consumista al goce ilimitado nos quiere imponer. Carecer de dicha ética equivaldría a entregar a esas personas que piden nuestro acompañamiento al mercado farmacéutico, del que con mucha frecuencia resulta imposible escapar.


Dos personas mirando sus teléfonos móviles
«Internet nos vuelve estúpidos», sostiene Berardi.

Vivimos en una sociedad profundamente adictiva bajo el paraguas de la cultura del exceso, de la sobreestimulación y del consumo inagotable, que puede provocar reacciones intensas similares a ciertas drogas. En este continuo bombardeo al que estamos sometidas observamos una tendencia cada vez mayor a un individualismo preocupante que nos aleja de los vínculos (o los dificulta y hasta imposibilita) y aumenta el vacío emocional que allana el camino hacia comportamientos y personalidades adictivas.


¿Hay personas con más tendencia a las adicciones?
¿Hay personas con más tendencia a las adicciones?

La sustancia en sí no nos convierte en adictas, pero si la usamos como anestesia para no sentir o como una vía rápida para no hacer frente a aquello que nos ocupa y preocupa, no cabe duda de que hay más posibilidades de caer en una adicción.


Adicciones hay muchas y diversas: a sustancias como alcohol, nicotina, cocaína, heroína, metanfetaminas; a medicamentos como los opioides o los ansiolíticos; al juego; a la comida; a los retoques estéticos a través de la cirugía o los productos químicos; a los dispositivos móviles; al sexo; a las compras; al ejercicio físico… Cada tipo de adicción tiene sus propias características y puede afectar a las personas de diferentes maneras. En este breve artículo vamos a intentar centrarnos en aquellos comportamientos adictivos que envuelven a la adicción, sea a sustancias, cosas o acciones, con la intención de seguir abriendo líneas de investigación y acompañamiento.


¿Qué factores y circunstancias pueden llevar a un comportamiento adictivo? ¿Hay personas con más tendencia a las adicciones? Son cuestiones muy amplias y complejas que están determinadas e influenciadas por una combinación de múltiples factores, sin olvidar que cada persona es única y cada caso es singular. Sin embargo, en cuanto a la tendencia a desarrollar una conducta adictiva, sí que puede haber ciertos rasgos que favorecen que algunas personas sean más propensas. Mencionamos algunos de los más relevantes:


  • Alta impulsividad, baja autoestima y falta de identidad.

  • Falta de límites y ausencia clara de autoridad.

  • Baja tolerancia a la frustración y/o haber sufrido experiencias emocionales dolorosas o traumáticas.

  • Falta de atención, abusos o represión de las emociones en el desarrollo.

  • Búsqueda de placer y gratificación inmediata, etc.

Estas características no son determinantes por sí solas, pero sí pueden interactuar para contribuir al desarrollo de una personalidad adictiva y aumentar comportamientos compulsivos, en la búsqueda de gratificación en sustancias o acciones.

Las creencias que sostenemos acerca de nosotras mismas, de los demás y del mundo que nos rodea determinan en gran medida nuestros sentimientos, nuestra personalidad y conducta. La personalidad adicta obra muchas veces bajo un falso sistema de creencias que desconoce o que ni tan siquiera se da cuenta con qué o con quiénes se ha identificado inconscientemente. Le cuesta mucho afrontar los problemas, satisfacer sus necesidades emocionales, reconocer su imperfección, como también ser ayudada por otras personas cuando su estado de ánimo le resulta intolerable. Es su malestar interno lo que le hace ser tan vulnerable a las adicciones, y no a las sustancias o a las actividades mismas.


La personalidad adicta queda congelada y suspendida en el tiempo, y parece que esté incapacitada para afrontar los problemas cotidianos debido a una alteración de su estado de ánimo. ¿Qué es lo que busca a través de sustancias y conductas descontroladas? Puede buscar muchas cosas y muchas de ellas desconocidas, pero entre las más frecuentes observamos que persigue sentir que pertenece, que es aceptada, que se siente segura, amada, autónoma, vital, distendida, importante, sociable, potente… No trata de lastimarse deliberadamente, sino que intenta salir del paso.


La personalidad adicta está claramente influenciada y marcada por una sociedad sin límites, por la creencia en lo ilimitado, por la propia historia personal y, sobre todo, familiar. Si muchas personas creen que la propia imagen es más importante que cultivar la autenticidad y la diversidad, las que no se ajustan a esa búsqueda de perfección imposible sentirán que no son suficientes ni perfectas, alimentando el camino hacia la adicción.


Si evitamos sentir lo que nos duele, porque no hemos aprendido a enfrentarnos a ello, porque hemos creído que somos indignas de ser queridas o porque nunca hemos tenido experiencias emocionales favorables con nuestros padres, buscaremos modos de evitar la realidad y de escapar del malestar interno, dado que suponemos que no somos lo bastante buenas. Pensar de este modo es muy hiriente, así que la manera de protegernos de eso que nosotras mismas pensamos, de hacerlo más soportable, es proyectarlo sobre las otras personas, y así pensaremos que son ellas quienes piensan así.

Los sentimientos no desaparecen al taparlos, sino que siguen influyendo desde lo inconsciente. Hay que des-aprender con ayuda, trabajo, constancia y, sobre todo, coraje, para aprender algo nuevo: que hay otras opciones entre reprimir y actuar, que no es útil pensar en blanco y negro. Se ha de ir hacia los grises, hacia esas opciones intermedias desconocidas y aprender a observar lo que sentimos, a arriesgarnos a ser emocionalmente vulnerables, a aceptar lo que aparezca, por muy doloroso que sea. De esta manera, quizás, se podrá evitar llenar con el comportamiento adictivo los huecos interiores, la desaprobación, las críticas y el rechazo de los demás (muchas veces imaginado). Aprender a ser capaces de fijar límites, a no ser tan severamente críticas con nosotras mismas y a descubrir un sentido y un objetivo a esta vida efímera y a esta sociedad adicta. El reto, sin duda, es inmenso, pero posible.




Suscríbete a nuestro blog

¡Gracias!

  • Youtube
  • Whatsapp
  • Icono negro LinkedIn
  • Instagram

             Psicoterapeutas | Psicoanalistas | Terapeutas integrales

  Psicóloga en Barcelona 

© 2025  Vida Plena |

bottom of page