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Terapias combinadas para una Vida Plena
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Hay personas que aun después de muchos años de labor terapéutica no logran sentirse plenas, en el sentido de gozar de los aspectos que Sigmund Freud señalaba como propios de una existencia satisfactoria o metas esenciales para el equilibrio mental y la realización personal. Freud definió la salud como la capacidad de amar y trabajar, lo que implica establecer vínculos afectivos y participar en actividades laborales significativas.


Esas personas, en general, topan una y otra vez con dificultades para elaborar ciertos aspectos de su mente que obstaculizan su acceso a una vida gozosa.


Primer plano de una imagen de Buda
Buda

Por otra parte, son legión las personas que meditan como una manera de defenderse de sus emergencias neuróticas. Intentan solucionar sus problemas afectivos sólo mediante la meditación, sin permitirse el acompañamiento de un psicoterapeuta que las ayude a poner luz en sus tinieblas internas. Dicho de otro modo, estas meditadoras están practicando para despertar al mismo tiempo que arrojan más y más oscuridad en su interior, porque no hacerse cargo de su neurosis equivale a reprimir. El mecanismo termina por establecer un círculo vicioso: la meditación se les presenta siempre como una dificultad por el ruido mental que habita en ellas, ruido que alimentan con la represión.


¿Cuál es la mejor propuesta, entonces? Si bien Freud hizo aportaciones fundamentales para el entendimiento del psiquismo, dejó de lado muchos aspectos que contribuyen también al bienestar. Uno de ellos es el cuerpo, del que el psicoanálisis no se ha hecho cargo por no ser motivo de estudio (al menos en tiempos de Freud y en gran parte del siglo xx). Desde Oriente, el budismo también nos ha hecho llegar prácticas que nos sirven desde hace milenios para caminar hacia una liberación del sufrimiento, pero ya sabemos que Buda no puede resolver los problemas neuróticos y en muchos casos la meditación puede incluso potenciarlos.


Una terapia donde tanto lo psíquico como lo espiritual y lo corporal tengan cabida parece ser la mejor manera de abordar este asunto poliédrico. Cuando el intento psicoterapéutico de liberarnos de la neurosis amenaza con convertirse en una tarea eterna, ahí la meditación y otras prácticas derivadas del budismo entran en escena como una vía privilegiada para erosionar la estructura del yo enfermo y ayudarlo a superar los daños emocionales vivenciados en los primeros años del desarrollo.


Primero Freud y después Buda, dijo Ken Wilber hace unos años. Ahora lo corregimos, para afirmar: Freud y Buda, de la mano, para un viaje terapéutico donde cuerpo, mente y espiritualidad conformen un todo al servicio del bienestar psicoafectivo de las personas.

Este lunes, 5 de mayo de 2025, Vida Plena crece y se expande para brindar un mejor servicio a las personas que nos consultan. Un nuevo espacio multiusos, que puede servir como escenario de sesiones de psicoterapia y Leibterapia, y también acoger grupos de meditación zen, viene a sumarse a las dos consultas ya existentes desde el año 2018.


Se trata de un espacio amplio y luminoso, de unos 50 metros cuadrados, cálido y acogedor, para que las personas que confían en nosotras se sientan aún más cómodas durante sus visitas.


Este nuevo recinto, además de acoger sesiones individuales o de pareja de quienes solicitan psicoterapia o psicoanálisis, recibirá a quienes forman parte de los grupos de meditación zen. En la actualidad, se trata del grupo que coordina Eva Rodríguez Renom, y que tiene lugar los jueves de 8:00 a 9:00.


Sala de meditación preparada para una sesión de yoga.
Sala de meditación
Nuevo espacio multiusos en Vida Plena.
Una vista del nuevo espacio multiusos de Vida Plena.

Cuando la pubertad reabre las puertas de la sexualidad se inicia un camino de experimentación. En épocas anteriores a internet, chicas y chicos de todo el mundo buscaban como podían información que les diera una pauta acerca de ese misterio: ¿qué es hacerlo? Y, una vez conseguían alguna pista sobre el qué, aparecían más preguntas: ¿cómo se hace? ¿Hace daño? ¿Qué tengo que sentir? ¿Y si no me gusta? Y así, decenas de otras cuestiones.


La adolescencia, que muchas personas romantizan en la edad adulta, es una etapa de la vida preñada de dudas, dificultades e inseguridad. A las continuas comparaciones que acarrean tanta desdicha se suma el desconocimiento por lo que ya asoma la cabeza, el mundo adulto, mientras se realiza un penoso trabajo de duelo por la infancia abandonada. Y, mientras tanto, los reclamos de una sexualidad desatada se abren paso como pueden, casi siempre a trompicones, torpemente. Por eso se hace tan necesaria una guía, un modelo, un manual que explique cómo deberían ser las cosas. Y esa guía ya no pueden ser los modelos parentales.


Desde que internet se ha vuelto omnipresente en nuestras vidas, esa guía, ese modelo, ese manual que explica cómo deben ser las cosas en materia de sexualidad se llama pornografía. El porno, que lo ha invadido todo (la publicidad, la música pop, un mercado de consumo que apela a los cuerpos sexuados como escaparate para vender cualquier cosa), pasa por ser alfa y omega de la sexualidad. Dime cómo quieres gozar y te diré cómo hacerlo, parece ser la promesa. Y ahí van millones de adolescentes de todo el mundo, a mirar cómo se hace aquello que, de otra manera, tendrían que aprender con la educación y la práctica, aquello que implica la exploración, en descubrimiento, el conocimiento y el re-conocimiento de un cuerpo otro, de una realidad diversa, de una otredad inquietante a la vez que excitante. El porno te resuelve el problema, lo que también se traduce como el porno te responde las preguntas.


Unas manos de mujer sujetan un pepino
Sexo adolescente después de los 40

La mala noticia es que cuando nos quedamos sin preguntas el mundo acaba siendo como dicen que es quienes ofrecen las respuestas, quienes obturan nuevas preguntas, quienes boicotean cualquier afán de experimentación. Por eso la sexualidad es, hoy por hoy, equivalente a la pornografía. O, como mucho, algo de lo que entiende la sexología. Y el asunto se agrava cuando ya no son sólo las personas adolescentes quienes acuden a la pornografía como quienes consultaban al oráculo en Delfos, sino adultas que ya cuentan o sobrepasan con creces los cuarenta años, pero que, como aquellas púberes, creen que en las prácticas de esa industria se hallan las respuestas a sus anhelos.


Cada vez escuchamos más y más, en el marco de la consulta, malestares derivados de no poder lo que propone el porno. Personas adultas sufren y vivencian con preocupación ya no su inadaptación a los cánones estéticos de la industria cárnica de la pornografía, sino y sobre todo el no llegar a los estándares que dictan esos vídeos, que presentan un abanico de prácticas basadas en el falocentrismo y la explotación y maltrato de niñas y mujeres, del que también se derivan las consecuencias indeseadas del uso y abuso de esas prácticas (cosificación de los cuerpos incluido el propio, desafección en las relaciones sexuales, falta de deseo o bajón repentino durante el coito, etc.).


Pretender un sexo adolescente después de los 40 es una manera más de alineación del cuerpo propio y de las formas deseantes de la sexualidad no normativa. Creer que hay una manera de hacerlo es propio de los años en que buscábamos esa guía, esa respuesta que taponara la pregunta. Ser adolescente más allá de los 40, en cualquier aspecto, es sinónimo de falta de desarrollo cognitivo, la llave de acceso al desarrollo experiencial.

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