El sesgo positivista de ciertas propuestas de autoayuda debería hacernos desconfiar.
Promueven una sociedad hecha de gente alegre, feliz, positiva, buena, que se conseguiría a base de que cada individuo ejercite la alegría como si fuese un músculo que se puede entrenar. O sea, una sociedad que se niega el derecho a la tristeza, a la angustia, a otros afectos tan humanos y tan necesarios como el sentirnos alegres.
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