Una madre pide ayuda para ella y su hije, porque el niñe padece lo que ella llama (acaso con un llamado prestado por algún diagnosticador) «retrasos en el habla». La madre se desvive por ese hije que tanto anheló, hasta el punto de hacer pivotar su vida entera sobre la del niñe. Antes de que la criatura pueda siquiera expresar un deseo o una necesidad, ahí está su mamá, dispuesta a darle incluso aquello que el pequeñe no aún no ha llegado a pedir. ¿Que el niñe emite un sonido gutural indescifrable para cualquiera? Su mami lo interpreta: «¿Quieres un vaso de leche, mi amor?». ¿Que grita mientras juega con su cochecito? «Vale, mi cielo, ahora voy a jugar un rato contigo». Y así. La madre no ve que lo que ella cree (acaso por una creencia ajena, tan cómoda) un «retraso en el habla» es ella misma, esa misma madre, en forma de mordaza amorosa.
Fabián Ortiz
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