Una persona mantiene una relación amorosa con otra, de la que se queja amargamente porque la hace víctima de unos celos enfermizos. «Es así porque me quiere mucho, es su manera de amarme», la justifica. Henri-Pierre Cami escribió su Historia del joven celoso acerca de aquel que, preocupado porque los ojos de su amada miraban a todo el mundo, porque con sus manos podía hacer gestos de invitación y seducirlos, porque podía hablar con otros y sonreírles, porque podía marcharse de su lado, le arrancó los ojos, le cortó las manos y la lengua, la dejó sin dientes y, por fin, le cortó las piernas. «De este modo —se dijo— estaré más tranquilo». Y entonces dejó de vigilar de manera enfermiza a la joven amada, porque así, en su lamentable estado, ya nadie la desearía. Hasta que un día volvió a casa y no la encontró: había desaparecido, secuestrada por un exhibidor de fenómenos de circo.
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Fabián Ortiz
Una persona vivió durante varios años una fantasía de riqueza, apoyada en la creencia de que era propietaria de un piso (en realidad, lo que tenía era una deuda hipotecaria con un banco), un piso que iba creciendo en su ficticio valor a medida que se inflaba la burbuja de la especulación inmobiliaria. Tras el pinchazo y la trepidante conversión de la aparente riqueza en lacerante carestía, la persona anhela hoy recuperar su antigua situación. Es decir, volver a ser creyente en las supuestas bondades de un sistema capitalista de ficción y sus promesas de una vida mejor más allá de la cancelación de la deuda (o sea, en otra vida).
Una persona está ocupada y preocupada porque la vida pasa y sigue sin encontrar una pareja que la haga feliz. Un día decide compartir esa vida con otra persona, pero no para tomar de la otra aquello que necesita para vivir mejor, sino para pedirle que sea como él/ella quiere. Con el tiempo, nuestra persona comienza a estar ocupada y preocupada porque cree que la vida pasa y no puede seguir adelante con esa pareja con la que ya no se siente feliz. La pareja (no) trae la felicidad de una manera automática. Cambiar la infelicidad de la soledad por la infelicidad de la pareja es no cambiar nada.
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