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Terapias combinadas para una Vida Plena
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Un elemento necesario para la práctica del Zen es el desapego.


Sentarse en silencio es un aprendizaje del desapego.


Desapegarse significa dejar de necesitar, de depender, de vivir con miedo. Significa también desprendernos de todo aquello que no somos y que hemos ido acumulando a lo largo de la vida por imposiciones educativas, culturales y sociales… ¿para qué? Para ser reconocidos y aceptados.


Evidentemente, no es una tarea nada sencilla. Vivir, ya sabemos, no lo es.


Aparecen muchos miedos: a no ser suficientemente inteligentes, exitosos, a no sentirnos amados, a que nos abandonen, a que nos rechacen, a enfermar, a la muerte, etc. Miedos difíciles de erradicar si no se realiza un trabajo personal guiado por un especialista, dado que muchos de esos miedos son inconscientes.


El Zen y la psicoterapia nos ayudan a acceder poco a poco a liberarnos de las cadenas, a hacer conscientes nuestros miedos y a entender, progresiva y paulatinamente, aquellas construcciones que forman nuestro yo. Para ello hemos de ser capaces:

  • De aprender sobre el miedo y no a cómo escapar de él.

  • De aceptar cómo somos.

  • De liberarnos de aquello que no nos sirve, que pesa en nuestras espaldas, para que pueda aparecer el yo verdadero y profundo.

El origen de nuestros miedos está en cómo pensamos; liberarnos del miedo es adquirir la verdadera libertad interior. Por ello, el Zen nos ejercita en situarnos en el silencio del momento presente: el camino hacia el verdadero desapego.


¿Cómo hacerlo? Cuando llegue un pensamiento o una emoción, dejarlos pasar, no procurarles alimento, sino solo observar al igual que las olas que llegan a la orilla y luego se retiran. Sin caer, por supuesto, en la trampa de que no debemos pensar. El pensamiento usado correctamente es una herramienta hacia nuestra libertad.


Ser capaces de detener nuestros pensamientos es liberarnos de los miedos que nos impiden nuestra liberación.


Práctica del Zen
El desapego





La estadística muestra cada vez con más claridad cómo cambian los tiempos: una de cada cien personas está envuelta en una relación tóxica.


Relaciones tóxicas
¿Estás en una relación tóxica?

Hay muchas características que describen a las relaciones tóxicas. Una de ellas es que en un vínculo tóxico siempre hay alguien que quiere tener la última palabra (lo has hecho bien, pero es demasiado tarde), es egocéntrica, habla continuamente y en exceso de sí misma y, cómo no, es el centro de atención. Otro rasgo llamativo es que para dichas personas siempre es el otro el responsable y el culpable de todo. Jamás reconocen que se hayan excedido, y si alguna vez lo hacen es porque el otro (tú) tienes la habilidad de potenciar lo peor de ellos.


En una relación tóxica siempre existe un tono constante de crítica y de tensión. Las toxicidad provoca incluso la duda: esos reproches de la otra parte, esos malos tonos, ¿no serán con razón? La manipulación psicológica y afectiva hace que creas que no son ellas las que se comportan así contigo, sino que eres tú quien lo ha entendido mal.

La posición de víctima también es habitual que emerja en una relación tóxica. Ser víctima facilita evitar cualquier asomo de responsabilidad y cualquier análisis crítico de nuestros actos. Aunque pueden llegan a decir algo negativo sobre sí mismas, las personas que se victimizan esperan que reacciones con lástima; en definitiva, le dan la vuelta a su discurso y al final consiguen darte pena.


Otras frases que a menudo les escucharás decir son «así son las cosas», «no puedo hacer nada; soy así (y punto)». Las sueltan sin más, para evitar cualquier cambio, cualquier disculpa, cualquier posibilidad de tender puentes. Detrás de estas frases, que actúan como escudos, detrás de estas excusas, se esconden personas envidiosas, una envidia que las devora por dentro. Son unas meteculpas, especialistas en hurgar en la herida, y profundamente dependientes.

En una relación tóxica la otra parte busca la mejor manera de hacerte sentir mal, de manipularte emocionalmente y dejarte desencajado. Funciona como una máquina de destrucción. Poco a poco, torturándote como si de una gota malaya se tratara, te va llevando a su terreno y acabas siendo una presa perfecta de su sadismo.

De todos modos, al lado de una persona que actúa así hay otra que permite ese trato, de ahí la toxicidad de la relación. Si sabes que estás junto a alguien que no te trata bien y no puedes (quieres) dejarla —salir de este círculo tan dañino no resulta sencillo—, quizás te tendrías que preguntar: ¿cuáles son los motivos que me han llevado a escoger a esta persona, este tipo de vínculo, de relación, y no otro? ¿Qué es lo que me impide dejarla? ¿Por qué razón inicio (y mantengo) este tipo de relaciones altamente perjudiciales?

Decir no al miedo es el primer paso. El segundo tienes que darlo tú.

«Uno no se ilumina imaginando figuras de luz, sino haciendo consciente la oscuridad».

Carl Jung

Cuando uno empieza un camino interior no tiene más remedio que topar y transitar con sus sombras. Según Carl Jung, el arquetipo de la sombra representa el «lado oscuro» de la personalidad, rasgos y actitudes que el yo consciente no reconoce como propios. Las personas que nos acercamos a la meditación y a la práctica con constancia reconocemos que desde el primer momento de nuestro trabajo nos encaminamos hacia el encuentro con todo aquello que no nos gusta, que nos incomoda, que nos duele y que, a veces, puede resultar insoportable. Topamos con inquietudes, temores, limitaciones, sentimientos de culpa y agresividad, pero también con deseos que, por una razón u otra, desechamos y reprimimos. Pero las sombras están en algún lugar, no desaparecen. Siguen ahí, aunque muchas veces no queramos reconocerlas. Aunque no estén en la conciencia, permanecen en lo más hondo y en algún momento pedirán permiso —o no— para manifestarse. Con frecuencia no aparecen de una forma amable, surgen con demasiado ruido o pueden ser silenciosas externamente pero angustiantes en nuestro interior. En ocasiones, se expresan con gran entusiasmo... Las formas y los colores de las sombras son variables como la vida misma. Ser capaces, con ayuda, de afrontar nuestras oscuridades y de sacar a la luz esas sombras, para que poco a poco florezcan, es sin duda un acto de honestidad, valentía, confianza y un valioso trabajo para sanar.


Cuando uno empieza un camino interior no tiene más remedio que topar y transitar con sus sombras.
Transitar con las sombras



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