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Terapias combinadas para una Vida Plena
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Cuando empiezas a descuidar la relación de pareja, como a desatenderte, puede conllevar, entre muchos otros aspectos, a que caigas en la deslealtad, en la infidelidad, en la mentira, en el sabotaje, en el abandono y en la traición. No solo con tu pareja, sino contigo mismo.


El amor es un arte. Es tiempo. Es un trabajo conjunto. Es un acto de voluntad. Es una actitud. Es una preocupación activa. Es entrega. Es conocimiento. Es respeto. Es cuidado. Es diferencia... Añade lo que consideres y pregúntate si lo llevas a cabo.

En una relación de pareja has de estar dispuesto a confiar, a resolver aquello que te limita, a sanar lo que te lastima, a identificar qué es lo que repites, a aprender a querer y a dejarte amar.


Descuidar la relación de pareja
Pareja

Hemos de aprender a simplificar, a soltar la maraña de pensamientos que nos atrapa y fluir en la quietud de cada sentada.


Cuando te sientas a meditar, siéntate. Así de simple. Como el río que fluye sin esfuerzo, deja que tu mente se aquiete y tu corazón respire. Haz de ello un ritual, un regreso al silencio que siempre ha estado dentro de ti.


La respuesta no se encuentra afuera; florece en tu interior. Permite que emerja como una hoja en el agua, ligera y sin prisa. Acógela sin intentar moldearla, sin controlar su curso. Vívela, obsérvala, sé testigo.


Escucha lo que surge: pensamientos, emociones, recuerdos. Cada uno tiene su lugar, cada uno pasa como nubes en el cielo. Sin juicio, sin aferrarte, solo observa.


En ese espacio de espera y de no-hacer, lo adecuado surge por sí mismo. Como el amanecer que rompe la noche o la brisa que mueve suavemente los árboles, la vida revela su ritmo y su sabiduría cuando aprendemos a estar presentes.



Fluir en la quietud
Fluir en la quietud

El viejo maestro pidió a su joven discípulo, que estaba muy triste, que se llenase la mano de sal, colocase la sal en un vaso de agua y bebiese.


– ¿Cómo sabe? – le preguntó el maestro.


– Fuerte y desagradable – respondió el joven aprendiz.


El dolor existe, depende de donde lo colocamos
Parábola de la sal

El maestro sonrió y le pidió que se llenase la mano de sal nuevamente. Después, lo condujo silenciosamente hasta un lindo lago, donde pidió al joven que derramase la sal.


El viejo Sabio le ordenó entonces:


– Bebe un poco de esta agua.


Mientras el agua se escurría por la barbilla del joven, el maestro le preguntó:

– ¿Cómo sabe?


– Agradable – contestó el joven.


– ¿Sientes el sabor a sal? – le preguntó el maestro.


– No – le respondió el joven.


El maestro y el discípulo se sentaron y contemplaron el bonito paisaje.


Después de algunos minutos, el Sabio le dijo al joven:


– El dolor existe. Pero el dolor depende de donde lo colocamos.


Cuando sientas dolor en tu alma, debes aumentar el sentido de todo lo que está a tu alrededor.


Tenemos que dejar de ser del tamaño de un vaso y convertirnos en un lago grande, amplio y sereno.

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