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Terapias combinadas para una Vida Plena
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  • Foto del escritor: Eva Rodríguez Renom
    Eva Rodríguez Renom

Vivir, como sabemos, es una tarea para la cual no disponemos de un manual de instrucciones. No sé qué hacer con mi vida es una frase que aparece de manera frecuente en la consulta. No hay un abordaje rápido, como tampoco una respuesta fácil, y depende del caso por caso.


Entre las razones y los síntomas más habituales que escuchamos los terapeutas cuando alguien está inmerso en una crisis existencial destacamos los siguientes:

  • Estoy cansado de vivir en piloto automático o como si fuese un hámster dentro de la jaula, girando sin parar.

  • No sé qué carrera escoger o qué hacer cuando termine la que estoy cursando.

  • No sé si aceptar ese trabajo o seguir con el que tengo.

  • Llevo diez años dedicándome a algo que no me gusta.

  • No sé qué hacer profesionalmente para que realmente me llene.

  • Me siento perdido, triste y vacío, sin razón aparente.

  • No hay nada que me haga ilusión.

  • Necesito un cambio, pero no sé por dónde empezar.

  • Cada vez más a menudo siento frustración y estoy muy irascible.

  • No entiendo por qué sigo con mi pareja.


Lo interesante, sin embargo, es que cuando te planteas que no sabes qué hacer con tu vida, aunque esto se presente de la mano de un malestar difícil de soportar, es significativamente bueno. Supone un paso valiente darle un sentido, un significado y un propósito a tu existencia.

Además, hay algo que empieza a moverse, aunque no tengas ni idea de cómo hacerlo. Lo cierto es que muchas veces solos no podemos, y necesitamos ayuda para zarpar hacia un nuevo rumbo vital. Esta ayuda, orientación, acompañamiento o guía pueden servirte para que empieces a preguntarte acerca de cómo piensas, qué haces, cómo lo haces, para qué lo haces, qué es lo que te supone, qué te resta, etc.


A lo largo de este camino aparecen tus creencias, tu ideología, tus supuestas limitaciones, las frases aprendidas que repites como un mantra. Aparecen, incluso, tus malestares, tus heridas sin restañar, los miedos y las preocupaciones que te llevan al bloqueo, a esas relaciones personales y familiares tan dañinas...


El origen, como vemos, es complejo y profundo. Has vivido durante mucho tiempo de manera poco consciente y has perdido el contacto con quién eres realmente y con tus verdaderos deseos, sepultados por un montón de ideas sobre quién deberías ser y qué deberías querer.


Si te sientes identificado con algo de lo que has leído, te animo a que te tomes en serio para descubrir qué hacer con tu vida. No será mágico ni inmediato. Se trata de un proceso que lleva tiempo y durante el cual vivirás emociones como si montaras en una montaña rusa, pero vale la pena que al menos lo intentes y empieces a plantearte una nueva manera de vivir. ¿No crees?

No sé qué hacer con mi vida
No sé qué hacer con mi vida





  • Foto del escritor: Eva Rodríguez Renom
    Eva Rodríguez Renom

Un elemento necesario para la práctica del Zen es el desapego.


Sentarse en silencio es un aprendizaje del desapego.


Desapegarse significa dejar de necesitar, de depender, de vivir con miedo. Significa también desprendernos de todo aquello que no somos y que hemos ido acumulando a lo largo de la vida por imposiciones educativas, culturales y sociales… ¿para qué? Para ser reconocidos y aceptados.


Evidentemente, no es una tarea nada sencilla. Vivir, ya sabemos, no lo es.


Aparecen muchos miedos: a no ser suficientemente inteligentes, exitosos, a no sentirnos amados, a que nos abandonen, a que nos rechacen, a enfermar, a la muerte, etc. Miedos difíciles de erradicar si no se realiza un trabajo personal guiado por un especialista, dado que muchos de esos miedos son inconscientes.


El Zen y la psicoterapia nos ayudan a acceder poco a poco a liberarnos de las cadenas, a hacer conscientes nuestros miedos y a entender, progresiva y paulatinamente, aquellas construcciones que forman nuestro yo. Para ello hemos de ser capaces:

  • De aprender sobre el miedo y no a cómo escapar de él.

  • De aceptar cómo somos.

  • De liberarnos de aquello que no nos sirve, que pesa en nuestras espaldas, para que pueda aparecer el yo verdadero y profundo.

El origen de nuestros miedos está en cómo pensamos; liberarnos del miedo es adquirir la verdadera libertad interior. Por ello, el Zen nos ejercita en situarnos en el silencio del momento presente: el camino hacia el verdadero desapego.


¿Cómo hacerlo? Cuando llegue un pensamiento o una emoción, dejarlos pasar, no procurarles alimento, sino solo observar al igual que las olas que llegan a la orilla y luego se retiran. Sin caer, por supuesto, en la trampa de que no debemos pensar. El pensamiento usado correctamente es una herramienta hacia nuestra libertad.


Ser capaces de detener nuestros pensamientos es liberarnos de los miedos que nos impiden nuestra liberación.


Práctica del Zen
El desapego





  • Foto del escritor: Eva Rodríguez Renom
    Eva Rodríguez Renom

Educar es una tarea titánica, pero no por ello ha de ser una repetición de los valores transmitidos.

Una de las responsabilidades como adultos educadores es poder trasladar a los más pequeños el valor que tienen de ser únicos.

Frases como: vales mucho; te quiero; llegarás lejos; te apoyo, estoy aquí; te escucho; eres listo; eres grande; eres bello; tú puedes; estoy orgullosa de ti, etc., son sólo algunos disparadores que contrarrestan momentos en los que se pueden sentir inseguros, desconfiados, pequeños, con baja autoestima...


Para poder desarrollar una vida plena los niños deben ser capaces de confiar en sus capacidades.
Crecimiento personal

Para poder desarrollar una vida plena, los niños deben ser capaces de confiar en sus capacidades.

Cuántos adultos llegan a la consulta con pesadas mochilas producto del poco apoyo de sus padres. En ellas resuenan frases que siguen presentes en sus vidas, porque se las repitieron cuando eran pequeños: no preguntes tanto; eres tontito; no puedes; eres feo; estás loquito; eres raro; qué pesado; déjame en paz, no te entiendo; aprende de tu hermano/a; no llores, que no es para tanto; estoy harta de ti; eres malo, etc.


Es una evidencia que a muchas personas les ha faltado ese apoyo en la base de su existencia, y no han sabido encontrar su potencial. Seamos padres o no, hemos de romper la cadena de una trasmisión dañina y preñada de consecuencias nefastas. Sin caer, por supuesto, en tratar a los más pequeños (y los que no son tan pequeños) como florecillas y consentirles todo aquello que deseen.

Una de las tareas más difíciles es educar, y no hay garantía de hacerlo bien. Pero tenemos la responsabilidad ética de intentarlo desde nuestro centro y con madurez, y no desde lo que nos transmitieron e inculcaron nuestros antepasados. Si repetimos, no avanzamos ni reparamos.


Por ello, el primer paso de la educación de los niños empieza por la nuestra, y especialmente en las personas que deciden ser madres y padres sin muchas veces cuestionarse los motivos de esa decisión ni asumir la enorme responsabilidad que conlleva tener hijos.

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