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Terapias combinadas para una Vida Plena
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El camino que cada uno de nosotros transita hacia su espiritualidad natural (una espiritualidad laica, no necesariamente religiosa) tiene diferentes formas de expresión. Una de esas formas se manifiesta en las pequeñas cosas de nuestra vida cotidiana.


Aunque cada uno ve la realidad y piensa que lo que ve es compartido por los otros, esa interpretación es siempre subjetiva. Observar, compartir y estar de verdad son acciones que deben ser aprendidas.


El monólogo interno es uno de los principales obstáculos. ¿Cómo me hablo? ¿Es un monólogo productivo o improductivo? ¿Es necesario o innecesario? ¿Qué palabras repito? ¿Cómo estoy alimentando mi vida? ¿Cuánto tiempo paso pensando en tonterías?


En la meditación —otra vía hacia la espiritualidad natural— trabajamos todo esto y mucho más. Es un gesto de humildad hacia nosotros y un primer paso para posicionarnos en el buen lugar. Cuando meditamos, la sentada no se acaba cuando finaliza la meditación, sino que continúa en todos aquellos actos cotidianos, como caminar, comer, trabajar, etc.


Sentarse a meditar no implica una actitud pasiva o un placer de evadirnos, sino que requiere de una actitud receptiva y permitir que algo profundo emerja. Cuando meditamos la realidad nos atrapa. Gracias a esto podemos situarnos y volver a ese punto de humildad. Un cúmulo de sensaciones nos salen al paso, en la forma de molestias corporales, tensiones y, cómo no, un gran número de pensamientos.


Observar el pensamiento es un trabajo. El ejercicio consiste en situarnos en el buen lugar para evitar que la rumiación mental nos atrape. Si somos capaces de observar el flujo de pensamientos, percibiremos un gran cambio. Dejamos de identificarnos con ellos y generamos un espacio entre esas ideas y nosotros. Y en ese espacio surgen opciones: lo digo o no lo digo, lo expreso o no lo expreso. Existe ese pequeño margen de libertad.


Por eso es muy importante estar atentos a esas representaciones internas. Los pensamientos van generando una forma de estar. No hay algo bueno o algo malo. Somos todo a la vez. De ese cúmulo de sensaciones e ideas brota lo que somos. La primera regla es dejar pasar los pensamientos como si viésemos pasar las nubes, sin oponerles resistencia ni tampoco detenerse en ellos.


La respuesta, sea la que sea, la encuentro dentro de mí. Dejo que aparezca y la acojo una vez descubierta. Dejo que se exprese, sin intentar cambiar nada, sin querer controlarla, la vivo. Me abro a aquello que surge y escucho sin juicio lo que acontezca. En ese esperar, en ese no hacer, lo adecuado emerge por sí mismo. Por ello, cuando me siento a meditar, medito.


Vivir la espiritualidad es abrirse al mundo de las sensaciones, de los sentidos, de estar plenamente en el instante presente, del goce de lo auténtico, de dejarse ser, respirar y vivir. Así de simple, así de complejo.



Vivir la espiritualidad natural
Vivir la espiritualidad natural

El viejo maestro pidió a su joven discípulo, que estaba muy triste, que se llenase la mano de sal, colocase la sal en un vaso de agua y bebiese.


– ¿Cómo sabe? – le preguntó el maestro.


– Fuerte y desagradable – respondió el joven aprendiz.


El dolor existe, depende de donde lo colocamos
Parábola de la sal

El maestro sonrió y le pidió que se llenase la mano de sal nuevamente. Después, lo condujo silenciosamente hasta un lindo lago, donde pidió al joven que derramase la sal.


El viejo Sabio le ordenó entonces:


– Bebe un poco de esta agua.


Mientras el agua se escurría por la barbilla del joven, el maestro le preguntó:

– ¿Cómo sabe?


– Agradable – contestó el joven.


– ¿Sientes el sabor a sal? – le preguntó el maestro.


– No – le respondió el joven.


El maestro y el discípulo se sentaron y contemplaron el bonito paisaje.


Después de algunos minutos, el Sabio le dijo al joven:


– El dolor existe. Pero el dolor depende de donde lo colocamos.


Cuando sientas dolor en tu alma, debes aumentar el sentido de todo lo que está a tu alrededor.


Tenemos que dejar de ser del tamaño de un vaso y convertirnos en un lago grande, amplio y sereno.

Cuando tratas de defenderte estás dando demasiada importancia a las palabras de los otros y das más fuerza a sus opiniones.


Si aceptas el no defenderte estás mostrando que las opiniones de los demás no te afectan, que «escuchas».


Que son simplemente opiniones y que no tienes que convencer a los otros para ser feliz.

Tu silencio interno te vuelve sereno. Practica el arte de no hablar.


Progresivamente desarrollarás el arte de hablar sin hablar y tu verdadera naturaleza interna reemplazará tu personalidad artificial dejando brotar la luz de tu corazón y el poder de la sabiduría el «noble silencio».


Respeta la vida de los demás y de todo lo que existe en el mundo.


No trates de forzar, manipular y controlar a los otros.


Conviértete en tu propio maestro y deja a los demás ser lo que son o lo que tienen capacidad de ser.


Instálate en el silencio y la armonía de todo el universo.

Thich Nhat Hanh



Instálate en el silencio y la armonía de todo el universo
No te defiendas

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