Para poder cuidar, acompañar, acoger a una persona y así proporcionarle una ayuda real y eficaz, es necesario reconocer, nombrar, aceptar e integrar nuestros propios sentimientos.
«Patricia era una mujer joven que había llegado aquella misma noche. Hizo sonar el timbre varias veces durante la primera mitad de la noche dando los pretextos más variados. Chamal se dio cuenta de que la paciente estaba angustiada y estuvo a punto de darle un calmante, pero se le ocurrió una idea luminosa. Fue a buscar una bandeja que cubrió con una servilleta blanca, colocó en ella dos bonitas tazas, un pequeño ramo de flores y una velita encendida. Después de preparar una buena tisana de hierbas, con la cual llenó las tazas, entró en la habitación de Patricia. Eran las dos de la madrugada. La paciente se sintió sorprendida y feliz, y a continuación se creó un ambiente distendido parecido a una celebración íntima. Crear un ambiente cálido y tranquilo en el entorno de un paciente angustiado es, sin lugar a dudas, lo mejor que se puede hacer por él».
Marie de Hennezel, del libro La muerte íntima
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