top of page
  • Foto del escritorFabián Ortiz

Psicoanálisis con perspectiva de género

Todas las personas vivimos existencias precarias. Los seres humanos («vivientes necesitados», según la feliz expresión de Marià Corbí) precisamos de la cercanía de nuestros semejantes. Aprender a estar con otros requiere de un saber estar en paridad. Esto implica a varones y hembras, hombres y mujeres, pero la tarea no siempre es sencilla. El principal obstáculo posee diversos nombres: heteronorma, patriarcado, rechazo de la otredad. Para el caso de la masculinidad hegemónica, el lugar de lo inferior incluye lo viejo, lo infantil, lo femenino, lo gay… y la relación podría continuar hasta abarcar cualquier forma de la alteridad. «No soporto al otro porque no es como yo o como a mí me gustaría que fuese», sería una frase a modo de resumen.


John Money (1955) fue el creador de la categoría teórica de género. Lo hizo para dar cuenta de que los sentimientos de masculinidad o de feminidad que experimentamos las personas son construcciones culturales. Aunque estaba lejos de abanderar ninguna teoría queer avant la lettre, Money creó la noción de «asignación de género», tomada de los estudios del lenguaje. Adscribía así, acaso sin saberlo en absoluto, a la idea freudiana de que «masculinidad y feminidad son construcciones teóricas de contenido incierto». Es decir, más allá de los genitales con que hayamos nacido, sentirse hombre o mujer dependerá de numerosos factores que poco o nada tienen que ver con la base biológica que nos designa al nacer como hembra o varón.

Psicoanálisis con perspectiva de género

Aunque intentásemos tapar el sol con las manos, nadie osa ya discutir que se han producido cambios en lo cotidiano y en el devenir de los proyectos vitales de las personas, cambios que tienen impacto en la labor analítica y que plantean nuevas demandas y problemáticas. Encuentros y desencuentros entre géneros (sinsabores de la vida conyugal derivados de la separación entre deseo y apego), industrialización de los vínculos (el porno como modelo hegemónico propuesto para la sexualidad, Tinder y Grindr como herramientas para gozar de un sexo fast food que se fantasea sin consecuencias psicoafectivas), relaciones interpersonales propias de la posmodernidad (poliamor, parejas abiertas), nuevas tecnologías al servicio de la reproducción, separaciones y tenencias compartidas de hijos incluso antes del primer año de vida, monoparentalidad, homoparentalidad, etcétera. El mundo ha cambiado y seguirá cambiando a un ritmo cada vez más vertiginoso, lo que obliga al psicoanálisis a abandonar viejas perspectivas teóricas heteronormativas (freudianas, lacanianas y aun posteriores), para poder pensar las relaciones sexoafectivas entre géneros, tan mutantes y mutables como lo son las subjetividades del tiempo que nos toca vivir.


La propuesta de un psicoanálisis con perspectiva de género y aperturista se basa en la idea de que, para acompañar a las personas que consultan, el analista debe ocupar la posición de quien no sabe qué hallará detrás de la o las etiquetas que el paciente trae adheridas a su sexualidad. Es decir, no permitir que el prejuicio o una mirada conservadora (desfasada) sobre los problemas actuales nos hagan ver como psicopatológico aquello que se deriva de las nuevas relaciones de poder en un mundo cada vez más salvajemente biopolítico. Y, por otro lado, tampoco renunciar a poder identificar las nuevas formas que irá adoptando la psicopatología en eso que emerge como rabiosamente actual.


Un psicoanálisis con perspectiva de género no puede correr el riesgo de alinearse, como una más, entre las tendencias que se proponen para curar la homosexualidad, la bisexualidad, la transexualidad, el travestismo. Se trata de que ayudemos con el padecimiento humano, pero no desde una visión hegemónica heteronormativa y mucho menos con la naturalización del sexo y la esencialización del género como estandartes.

bottom of page