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Terapias combinadas para una Vida Plena

¿Qué tal tu onfaloscopia?

  • Foto del escritor: Fabián Ortiz
    Fabián Ortiz
  • 25 jun
  • 2 Min. de lectura

El de onfaloscopista está empezando a erigirse como el oficio más en boga de nuestro tiempo. Porque nunca como ahora, en toda la historia de la humanidad, nos hemos mirado tanto el ombligo como en estos días. El turbocapitalismo que nos sirve como marco —narcisista, insolidario e individualista hasta la náusea— ha creado seres que gozan como con ninguna otra cosa de esa improductiva actividad, la de mirarse el ombligo.

Hombre joven con barba y pendiente, de torso desnudo
¿Qué tal tu onfaloscopia?

Ciertos monjes ortodoxos griegos practican la onfaloscopia como método de absorción en sus largas meditaciones cuando no están dedicados a las labores diarias. Creen y aseguran que esta práctica, la de mirarse el ombligo, favorece la concentración y los pone en contacto con la Creación.


Pero esto no es lo que pasa con los onfaloscopistas que se asoman (y se abisman) a las redes antisociales, día tras día, ya no cuando han terminado sus tareas, sino incluso dejándolas de lado, para poner toda su atención en preparar esa foto plagada de filtros y retoques, en la que se les vea más bellas, jóvenes, atractivas, sensuales, contentas… con independencia de cómo se sienta de verdad.


Porque lo que importa a esas personas, las enamoradas de su ombligo, es cómo las ven las demás. Viven hacia afuera, en general con un completo desconocimiento de su adentro. Lo suyo es el postureo, la pose.


Tal vez tengan razón los monjes ortodoxos y mirarse el ombligo sea la puerta a algo más grande, a una trascendencia más allá de los límites de nuestra propia piel. Si así fuera, si el mundo se entiende mejor a través de esa mirada, la que apunta a la casa interior, íntima y hasta privada, sin necesidad de maquillajes, filtros ni iluminaciones especiales que disimulen las imperfecciones, entonces hemos confundido la onfaloscopia con el autoerotismo, del que el ombligo está a considerable distancia. «Lo que alguien lleva en sí mismo es lo más esencial para su dicha», dijo Schopenhauer. No hablaba del ombligo, no, aunque todos llevemos el propio como recuerdo de lo que una vez fue (nuestra necesidad de ser alimentados, nuestra dependencia de las otras personas) pero que, progresivamente, ha ido deviniendo en lo contrario de lo que deberíamos mirar para sentirnos dichosas de veras.

 
 
 

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