«El silencio es el elemento en el que se forman todas las cosas grandes». Thomas Carlyle
Florence Nightingale, precursora de la enfermería moderna, afirmó: «El ruido innecesario es la falta de atención más cruel que se le puede infligir a una persona, ya esté sana o enferma». Javier Melloni, antropólogo, teólogo, escritor y jesuita, reitera que «el silencio no es la ausencia de ruido, sino la ausencia de ego».
Cada vez más a menudo las personas estamos enganchadas al móvil, a la tablet, a las series... ¿Somos de verdad capaces de parar, de dejar el móvil, de preguntarnos qué es tan urgente que no puede esperar?, ¿somos capaces de contemplar el silencio y no angustiarnos?
Hoy en día vivimos en una sociedad donde el silencio es algo inexistente o poco frecuente, sobre todo en grandes ciudades, dejando paso al gran protagonista, el ruido. En la calle, en los bares, en las escuelas, en casa, es habitual que haya varias fuentes de ruido y resulta casi obligado focalizar la atención en lo que más interese en cada momento. Todos nosotros estamos expuestos al alboroto, a la estridencia constante del tránsito, a la tendencia a favorecer y a propiciar el malhumor, la irritabilidad y la inquietud, entre otros síntomas.
El tiempo cambia muy rápido, las expectativas y las exigencias alrededor de todos nosotros, también. Cada vez es más frecuente observar un patrón continuo de nula o escasa atención, de prisas, de impulsividad, de malhumor, de inmediatez, que impiden poder escuchar (se) y parar un momento.
Además, hay otros factores: el sistema capitalista produce tecnología a un ritmo trepidante, y observar este devenir no es una tarea fácil para nadie. Cada vez vemos más a menudo a niños, jóvenes y adolescentes realizando los deberes con la televisión de fondo, el móvil al lado, oscilando continuamente de un estímulo a otro y cada vez más, adultos incluidos, desconectados de ellos mismos y de su entorno. Incluso, se observa que cuando estos niños/adolescentes van a la cama se quedan dormidos con el móvil en la mano, la televisión puesta o la pantalla del portátil encendida. Pasan los días, las semanas y los meses, sin que probablemente hayan disfrutado de unos minutos de silencio, de paz, de conexión con ellos mismos.
Nuestro cerebro necesita el silencio casi tanto como nuestros pulmones, el oxígeno. La meditación, la respiración y, por supuesto, todas aquellas prácticas que acompañan, tranquilizan el cuerpo, la mente y el espíritu. Estos ejercicios, como un lugar para hablar sosegado y tranquilo, ayudan a conocerse mejor, a valorarse, a tranquilizarse, a expresarse.
Parar y disfrutar del silencio nos permite pensar y cuestionarnos si estamos haciendo bien o mal las cosas, a tomar decisiones y a obtener mejores resultados en las actividades que se planean llevar a cabo.
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