Este 8 de marzo despierta en un mundo aun más radicalizado en muchos aspectos. Radical es un vocablo que ha sido demonizado durante muchas décadas, considerado casi como equivalente de «terrorista» o «peligroso». Se ha radicalizado la derecha política hasta niveles que recuerdan el surgimiento del nacionalsocialismo hace ahora un siglo. Y, en justa respuesta, quienes han salido radicalizadas a ganar las calles y luchar por justicia han sido las mujeres. Mujeres radicalizadas, es decir, bien plantadas sobre sus raíces para pelear contra unas sociedades que insisten en invisibilizarlas, maltratarlas, violarlas y matarlas.
Los progresivos cambios en el proceso de emancipación de las mujeres han sorprendido al mundo macho, que las observa desde una posición de inseguridad, de desventaja. Se lamentan, los machirulos, por la pérdida de unos privilegios que no consideran como tales, sino como derechos legítimamente adquiridos. No conocen la historia, o aun cuando la conocen se niegan a aceptar la verdad de los hechos. Como que, por ejemplo, la categorización como inferiores de las mujeres data de la época de Aristóteles (384–322 a.C.) y no parece que los poderosos señoros estén dispuestos a revisarla.
El mundo será feminista o no será. Sólo hay que mirar detenidamente el creciente deterioro del planeta como ecosistema, tras la gestión que los hombres han desarrollado durante milenios. Guerras, destrucción, superpoblación, explotación, esclavismo, hambrunas, pandemias y una larga retahíla de otras desgracias y catástrofes se derivan de la manera masculina de ejercer el poder. Es el momento de un cambio. Radical. O sea, desde las raíces. Y este cambio será el que protagonicen las mujeres desde ese poder que de manera omnímoda han ejercido y todavía ejercen de forma aplastante y mayoritaria los hombres.
Ser feministas hoy no es una opción, sino un imperativo, una obligación ética y moral. Ser feministas no es sólo estar a favor de las reivindicaciones de las mujeres, sino también un posicionamiento en contra de la desigualdad, el ocultamiento y la opresión. Por eso en Vida Plena somos feministas. Hoy, 8 de marzo, mañana y siempre.
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