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Terapias combinadas para una Vida Plena
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¿Por qué cuerpas, así, en femenino?


En el ámbito del feminismo, la palabra cuerpas se utiliza para referirse a los cuerpos de las mujeres, en un movimiento que apunta a poner de relieve la autonomía, el reconocimiento y la celebración de la diversidad de estos cuerpos. No es simplemente una referencia al cuerpo como objeto, sino una invitación a la reflexión crítica sobre la cultura del cuerpo y su impacto en las mujeres.


Y como este artículo va sobre los cuerpos de las mujeres, pues entonces hablaremos de cuerpas.


Maniquí de cuerpo femenino
Las cuerpas femeninas no aspiran a ser los cuerpos normativos

«Ahora lo que se lleva es el estilo de vida saludable, el pilates, el healthy lifestyle, y está muy bien, pero también te hace sentir que si no estás en esa onda, estás haciendo algo mal. En mi grupo de amigas —somos doce chicas— hablamos mucho de esto. Nos decimos: “Sé que no debería sentirme así, sé que todo está bien, pero me da igual, me siento mal”. Y eso también es duro». Lo decía este domingo 1 de junio la joven actriz Nicole Wallace, en una entrevista para el diario La Vanguardia. La entrevista tenía lugar a propósito de un posado de Wallace para poner su cuerpa al servicio de mostrar trajes de baño.


El párrafo resume con precisión lo que mujeres y hombres, pero sobre todo ellas, sufren diaria y progresivamente como presión social que se convierte en presión interna, subjetiva: convencerse de que lo que viene señalado desde afuera como mandato sobre sus cuerpas —tienes que ir al gimnasio, comer sano, etc.— es, en realidad, su propio deseo. O, como me decía la semana pasada una persona a la que atiendo: «Pago el gimnasio y no voy, y porque lo pago al menos me siento menos culpable».


Las cuerpas femeninas no aspiran a ser los cuerpos normativos, los que propone y luego impone el heteropatriarcado, sino escenarios de diversidad y singularidad. Las cuerpas femeninas huyen del estereotipo sociocultural, de los anuncios de tampones y compresas donde el flujo vaginal o la regla son vergüenzas que deben ocultarse, del binarismo que conduce a señalar como marimacho, bollo o camionera a quien decide no depilarse, no teñirse, no maquillarse como una chica o vestirse como le da la gana, porque no comulgan con las tecnologías de género, del machismo que señala la disidencia femenina como mera reacción histérica, patologizando la diferencia, señalando cualquier malhumor como el efecto de la malfollada...; las cuerpas persiguen el ideal (como horizonte hacia el cual dirigirse, como utopía movilizadora deseante) de descolonizar esos territorios que tradicional e históricamente han sido apropiación indebida de los hombres.


Tal vez tú también estés colonizada y creas que deseas eso que te impone el heteropatriarcado. Tu grupo de amigas posee su influencia sobre el asunto. ¿Te atreves a proponer hablar del tema en la próxima reunión con ellas? ¿O también te han colonizado el uso de la palabra?

Una persona a la que llamaremos P. está insatisfecha con el curso de su vida y decide pedir ayuda, una suerte de orientación, a un profesional. Acude a la consulta, relata lo que considera su problema, se informa sobre el tipo de terapia, el coste, la frecuencia y otros detalles. Tras pensar al respecto, decide comenzar dicha terapia. Al cabo de unas pocas sesiones, tras observar que no se producen los avances que esperaba, decide abandonar.


P. busca entonces la ayuda de otra profesional, con un enfoque diferente. «Esto es lo que necesito», se dice convencida después de recibir información sobre cómo y cada cuánto tiempo tendrán lugar las sesiones terapéuticas. Sin embargo, cuando lleva un puñado de visitas a la nueva profesional, se convence de que esta no es tampoco la orientación que anhelaba.


Y allá va P., de nuevo, a hablar con otras profesionales, pertenecientes a diversas escuelas, con modelos teóricos bien distintos, con la esperanza de que alguna de esas ofertas se ajuste a lo que anda buscando. Prueba aquí, prueba allá y acullá, pero ninguno de los trajes se ajusta a su silueta.


Un hombre espera en la terminal de un aeropuerto
El turista terapéutico

Cuando algo en nuestra vida se repite una y otra vez, aunque las personas con las que interactuamos cambian y cambian también las situaciones y los escenarios, lo que se está revelando ante nosotros es que el factor de repetición posee un nombre concreto: yo. Lo que queda intocado, continúa invariable, es ese ego que se resiste a cualquier interpelación, a cualquier cuestionamiento externo.


P., como muchas otras personas en la actualidad, se dedica a lo que llamamos turismo terapéutico, un desfile más o menos constante, un casting metódicamente desarrollado, de una a otra consulta profesional. Según el psicoanalista francés Jacques Lacan, todas las terapias curan. Es cierto, sí, pero habría que añadir que cualquier terapia puede resultar eficaz… siempre y cuando la persona que consulta se comprometa con lo que requiere, necesariamente, un trabajo personal profundo. El turista terapéutico no se compromete; ese es su distintivo.


El modelo médico tradicional, el que propone que una persona que padece un malestar consulta con un profesional que sabe lo que le ocurre y se pone en sus manos para que sea él quien se haga cargo de la cura, no vale para los procesos de transformación de la personalidad. Es fundamental hacerse cargo de una misma y, cuando el trabajo terapéutico nos confronta con nuestras oscuridades, poseer el valor de seguir adelante, en la confianza de que el acompañamiento del profesional nos ayudará a atravesar las sombras.


La diferencia entre un viajero y un turista reside, fundamentalmente, en que el turista acude a los sitios en busca de lo que sabe que encontrará, mientras que el viajero se mueve abierto a lo que el camino esté dispuesto a mostrarle. La terapia debería ser un viaje, nunca un destino turístico.

Hay personas que aun después de muchos años de labor terapéutica no logran sentirse plenas, en el sentido de gozar de los aspectos que Sigmund Freud señalaba como propios de una existencia satisfactoria o metas esenciales para el equilibrio mental y la realización personal. Freud definió la salud como la capacidad de amar y trabajar, lo que implica establecer vínculos afectivos y participar en actividades laborales significativas.


Esas personas, en general, topan una y otra vez con dificultades para elaborar ciertos aspectos de su mente que obstaculizan su acceso a una vida gozosa.


Primer plano de una imagen de Buda
Buda

Por otra parte, son legión las personas que meditan como una manera de defenderse de sus emergencias neuróticas. Intentan solucionar sus problemas afectivos sólo mediante la meditación, sin permitirse el acompañamiento de un psicoterapeuta que las ayude a poner luz en sus tinieblas internas. Dicho de otro modo, estas meditadoras están practicando para despertar al mismo tiempo que arrojan más y más oscuridad en su interior, porque no hacerse cargo de su neurosis equivale a reprimir. El mecanismo termina por establecer un círculo vicioso: la meditación se les presenta siempre como una dificultad por el ruido mental que habita en ellas, ruido que alimentan con la represión.


¿Cuál es la mejor propuesta, entonces? Si bien Freud hizo aportaciones fundamentales para el entendimiento del psiquismo, dejó de lado muchos aspectos que contribuyen también al bienestar. Uno de ellos es el cuerpo, del que el psicoanálisis no se ha hecho cargo por no ser motivo de estudio (al menos en tiempos de Freud y en gran parte del siglo xx). Desde Oriente, el budismo también nos ha hecho llegar prácticas que nos sirven desde hace milenios para caminar hacia una liberación del sufrimiento, pero ya sabemos que Buda no puede resolver los problemas neuróticos y en muchos casos la meditación puede incluso potenciarlos.


Una terapia donde tanto lo psíquico como lo espiritual y lo corporal tengan cabida parece ser la mejor manera de abordar este asunto poliédrico. Cuando el intento psicoterapéutico de liberarnos de la neurosis amenaza con convertirse en una tarea eterna, ahí la meditación y otras prácticas derivadas del budismo entran en escena como una vía privilegiada para erosionar la estructura del yo enfermo y ayudarlo a superar los daños emocionales vivenciados en los primeros años del desarrollo.


Primero Freud y después Buda, dijo Ken Wilber hace unos años. Ahora lo corregimos, para afirmar: Freud y Buda, de la mano, para un viaje terapéutico donde cuerpo, mente y espiritualidad conformen un todo al servicio del bienestar psicoafectivo de las personas.

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