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La transferencia es un arma. La afirmación obliga a que nos detengamos en este punto. Y vamos a repetirlo: la transferencia es un arma. La segunda parte de la sentencia podría ser esta: por eso mismo es necesario saber para qué sirve pero, sobre todo, a quién sirve más y mejor.


La transferencia en psicoanálisis
Sobre los peligros de la transferencia

La práctica, sin embargo, demuestra una y otra vez (miles, millones de veces) que la transferencia suele ser llevada más allá de esa idea que la pone al servicio de un mejor viaje analítico. Un analista que dude, que se angustie, que no sepa qué decirle al analizante durante un periodo sostenido en el tiempo de la terapia, un analista que aspire a mantener y/o tema perder su lugar elevado en la siempre asimétrica relación terapéutica, ¿dónde hallará sosiego, apuntalamiento y aparente seguridad, sino mediante el uso desviado de la transferencia? Como es obvio, ahí donde decimos uso podríamos y acaso deberíamos decir abuso. Porque la transferencia es un arma… a condición de que no la usemos para otra cosa que la buena dirección de la cura. Dicho de otro modo, que la usemos con el único fin de favorecer el análisis de la persona que consulta y, con ello, el bienestar que se derive del buen curso de dicho análisis.


Son varios los textos en los que Freud advirtió sobre los peligros que implica que un psicoanalista no haya analizado sus propios complejos antes de ponerse a trabajar con los de sus analizantes. Así como son bastantes las ocasiones en que desaconsejó que el analista se proponga ocupar el lugar de un modelo, un mentor, un profeta o un ejemplo de algo para las personas que atiende. Pero la tentación debe ser enorme, ya que una y otra vez sabemos de analistas que hacen abuso de la transferencia, por motivos tan variopintos como variadas somos las personas que ejercemos esta labor terapéutica. En general, el narcisismo del terapeuta suele ocupar el sitial de los motivos para tal abuso.


La transferencia es un arma, reza el comienzo de la frase… a condición de que no la usemos para otra cosa que el buen desarrollo del análisis. Es más importante la subordinada que el enunciado inicial. Es necesario tenerlo presente, estemos del lado que estemos del diván.

Seguro que conoces a alguna persona que a menudo se queja de que siempre le pasan las mismas cosas:


- Entabla una relación con alguien que al cabo de un tiempo la acaba traicionando o decepcionando en algún sentido.


- Le dan un trabajo en el que, al poco de entrar, sus superiores la menosprecian o la maltratan de alguna manera.


- Se prepara a conciencia para un examen o una prueba de acceso y, cuando llega el momento, no logra aprobar, porque se bloquea o se olvida de lo que había estudiado tan concienzudamente.


Y así podríamos seguir hasta elaborar una larga lista de posibilidades.


Gotas de humedad en una tela de araña
A algunas personas siempre les pasa lo mismo, como si estuvieran atrapadas en una tela de araña.

¿Qué ocurre con estas personas a quienes, podríamos resumirlo así, «siempre les pasa lo mismo», como si estuvieran atrapadas en una tela de araña? La explicación viene de la mano de los procesos inconscientes que gobiernan la mayor parte de nuestros pensamientos y de nuestros actos.


Sí, aunque todavía nos cueste creerlo, y hace más de un siglo que se comenzó a desarrollar esta teoría, lo inconsciente posee un dominio enorme sobre cómo sentimos, deseamos, pensamos y actuamos.


Por eso es tan importante analizar los contenidos de nuestros procesos inconscientes, ya que, una vez expuestos a la luz (es decir, una vez que tomamos nota de qué es eso que también habita en mí, y que provoca que repita y repita), ya no podemos seguir engañándonos con el argumento de que la mala suerte o determinada actitud de los otros son los factores que inciden en lo que técnicamente se conoce como compulsión de repetición (el ya mencionado «siempre me pasa lo mismo»).

Para mí, significa una experiencia de apertura. Con todo lo que representa ese abrirse, que es mucho y difícil. La meditación es una revelación. Revela algo muy preciado, aunque también revela molestia. Otras veces revela sorpresa, un descubrirse una misma. En otras ocasiones, ese descubrimiento es incómodo; en otras, en cambio, es enormemente gratificante. Sentarme a meditar cada día es un viaje único, distinto, sin retorno y con muchas sinergias.


Meditando en casa
¿Qué significa para cada uno meditar?

Hay un montón de razones para realizar la práctica de la meditación, y todas ellas resultan enormemente satisfactorias y beneficiosas; y también, a la vez, como ocurre en cualquier crecimiento, no es un camino de rosas. Sin obstáculos es imposible crecer. Sin desafíos, sin tormentas, sin sombras, sin dificultades… nuestro desarrollo es vacío y sin esencia. Toparse con el yo egoico, con las resistencias, las incomodidades, las tensiones, los bloqueos, las crispaciones… no resulta para nada un camino fácil.


Cuando decimos «tengo una contractura en la espalda», ¿quién es la que está contracturada? Yo no estoy mal, es mi espalda, como si mi espalda no fuera parte de mí. El lenguaje nos pone trampas y nos aleja del cuerpo que somos. Y de la unidad.


También medito para despojarme de aquello que me sobra, que me bloquea, que me resta… para enfrentarme a mis resistencias yoicas, para liberarme de capas que ya no necesito y, cómo no, para acercarme a mi ser esencial. Es, sin duda, una apuesta personal que recomiendo y que vale mucho la pena. No cuesta dinero, no hacen falta conocimientos previos. Sólo es necesario sentarse y observar qué sucede. Eso sí, poniendo atención a la postura, sentir cómo la tierra nos acoge y nos impulsa a la vez al cielo desde nuestro centro, desde el Hara.


¿Y tú, meditas? ¿Qué experimentas en la meditación?


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