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  • Foto del escritorEva Rodríguez Renom

Nuestro cuerpo expresa, en un registro diferente al de la palabra o el de las acciones, lo que somos.


Incorporar y pensar el cuerpo, y no solo la mente, en las diferentes terapias facilita que la persona que consulta alivie o entienda su malestar en su conjunto.


El cuerpo nos singulariza, nos hace sentir, nos permite relacionarnos. Es un privilegiado indicador de nuestro estado de salud y de ánimo.


Sin embargo, muchas veces nos alejamos, nos escondemos, rechazamos nuestro cuerpo. Cuando empecemos a tomar conciencia de ese cuerpo olvidado, amurallado, avergonzado, etc., ganaremos en profundidad para habitarlo como nuestra casa.


Cuando decimos que estamos bien, pero que nuestro cuerpo nos duele o está mal, ¿de quién hablamos? ¿O es que no somos también ese cuerpo?


Solemos considerar normal la división entre nuestros procesos mentales y los somáticos, pero nuestra mente no es nada sin nuestro cuerpo, y viceversa. Somos una unidad. Mente y cuerpo se retroalimentan constantemente, y hemos de tomar conciencia de ello. Una práctica corporal como la leibterapia facilita y propicia esa toma de conciencia y la observación del sí mismo que se expresa a través de nuestra corporalidad.


Nuestras emociones, crispaciones, tensiones, laten, emergen, respiran, se manifiestan a través del cuerpo. Alimentado por las emociones que le procuramos, dicho cuerpo busca sus fuentes, sus razones de haberse convertido en lo que es.


Las corazas que todos llevamos son protecciones que impiden ir más allá. Obstaculizan el que podamos descubrirnos o redescubrirnos, soltarnos. Si no lo hacemos, la muralla que hemos creado seguirá aislándonos, distanciándonos, apartándonos e impidiendo que emerjan los afectos, las emociones reprimidas y las sombras más profundas que nos impiden ver detrás del muro.


Es del todo necesario tomar conciencia y aceptar el cuerpo, y a través de la leibterapia aprender a soltar, confiar y dejarnos respirar.


El cuerpo también habla


Supongamos que estás triste, pero de pronto lees o escuchas algo que te hace reír.


O supongamos que estás en un atasco de tránsito, impaciente y preocupada porque llegarás tarde a una cita, cuando te llama por teléfono una amiga y de inmediato te alegra.

Son dos ejemplos cotidianos de cambios de humor, de estado anímico.


Date cuenta de que retirar la atención de lo que te hace mal, lo que te daña, y ponerla en otra cosa es suficiente para cambiar tu estado mental.

Observa lo rápido que pueden pasar esas nubes que son los estados mentales.


Se trata de verdaderos destellos de libertad.

Pero no hace falta que tengas una distracción agradable para cambiar tus estados de ánimo. Observar con atención los sentimientos negativos sin juzgarlos ni oponer resistencia es suficiente para que desaparezcan.

¿Qué es la ira? ¿Dónde la sientes? ¿Y la tristeza? ¿En qué lugar del cuerpo la situarías?

Desarrollar una conciencia clara contribuye a que tus estados mentales viajen deprisa, como a menudo lo hacen las nubes.






La pareja se ha convertido ya en una institución, como también pueden serlo el matrimonio o la familia. Se trata de construcciones culturales solidificadas a lo largo de milenios, por lo que ya casi nadie las critica o cuestiona. Aunque resulte muy necesario hacerlo.


Lo más normal, cuando entras en una reunión social con una persona acompañante a la que los otros no conocen, es que se pregunten o directamente te pregunten: «¿Sois amigos o pareja?». La pregunta misma lleva implícita la ideología que la sustenta: si te acompaña alguien, esa compañía sólo puede tener dos coloraciones: la de la amistad o la del amor de pareja. No hay una tercera, hasta que medie una aclaración.


Una pareja yace abrazada sobre la cama.
¿Por qué no encuentro pareja?

Así las cosas, estar en pareja ha pasado de ser una posibilidad a convertirse en una obligación. Hasta el punto de que muchas personas que no están en pareja, cuando se refieren a su situación, dicen estar solas. Es decir, que si no tengo una pareja estoy abocada a la soledad, como si los otros vínculos sociales resultaran insuficientes, superfluos, de inferior categoría, comparados con el estar en pareja. La pregunta se abre paso cada vez con más frecuencia en la consulta: ¿por qué no encuentro pareja?


Y una pareja, cómo no, es algo que se encuentra, según la creencia de la mayoría. Como quien va caminando y de repente se encuentra algún objeto, inopinadamente. Luego, si la pareja es algo que debo encontrar, sólo podré hacerlo si tengo suerte. La pareja, así, deviene un producto del azar.


Encontrar pareja, sin embargo, es apenas una opción, y nunca fruto de la buena fortuna (viendo y escuchando lo que nos cuentan las personas que nos consultan, más bien parece el resultado de la mala suerte…). Estar con alguien en una relación amorosa, afectiva y sexual es un trabajo, en el sentido de que un vínculo de pareja es algo en construcción. ¿Y hasta cuándo hay que construir? Siempre, diariamente, en lo cotidiano y en lo extraordinario también.


Construir un espacio entre una y otra parte de las dos que forman la pareja. Ese terreno intermediario debe ser el lugar donde se procesan los asuntos de la pareja, un espacio abierto y seguro para poder comunicarnos con sinceridad, para poder expresar los afectos, los desajustes, las alegrías, las penas, los miedos, los anhelos, donde extender las líneas maestras de la pareja como proyecto común entre las dos partes que conforman el todo.


¿Por qué no encuentras pareja? Porque las parejas no se encuentran, sino que se construyen. Y, para empezar a trabajar en esa construcción, los dos yoes deben quedar cada vez más a un costado.

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