Nuestro cuerpo expresa, en un registro diferente al de la palabra o el de las acciones, lo que somos.
Incorporar y pensar el cuerpo, y no solo la mente, en las diferentes terapias facilita que la persona que consulta alivie o entienda su malestar en su conjunto.
El cuerpo nos singulariza, nos hace sentir, nos permite relacionarnos. Es un privilegiado indicador de nuestro estado de salud y de ánimo.
Sin embargo, muchas veces nos alejamos, nos escondemos, rechazamos nuestro cuerpo. Cuando empecemos a tomar conciencia de ese cuerpo olvidado, amurallado, avergonzado, etc., ganaremos en profundidad para habitarlo como nuestra casa.
Cuando decimos que estamos bien, pero que nuestro cuerpo nos duele o está mal, ¿de quién hablamos? ¿O es que no somos también ese cuerpo?
Solemos considerar normal la división entre nuestros procesos mentales y los somáticos, pero nuestra mente no es nada sin nuestro cuerpo, y viceversa. Somos una unidad. Mente y cuerpo se retroalimentan constantemente, y hemos de tomar conciencia de ello. Una práctica corporal como la leibterapia facilita y propicia esa toma de conciencia y la observación del sí mismo que se expresa a través de nuestra corporalidad.
Nuestras emociones, crispaciones, tensiones, laten, emergen, respiran, se manifiestan a través del cuerpo. Alimentado por las emociones que le procuramos, dicho cuerpo busca sus fuentes, sus razones de haberse convertido en lo que es.
Las corazas que todos llevamos son protecciones que impiden ir más allá. Obstaculizan el que podamos descubrirnos o redescubrirnos, soltarnos. Si no lo hacemos, la muralla que hemos creado seguirá aislándonos, distanciándonos, apartándonos e impidiendo que emerjan los afectos, las emociones reprimidas y las sombras más profundas que nos impiden ver detrás del muro.
Es del todo necesario tomar conciencia y aceptar el cuerpo, y a través de la leibterapia aprender a soltar, confiar y dejarnos respirar.
Comentarios