Vivimos en una sociedad profundamente adictiva, sostenida por la cultura del exceso, la sobreestimulación y el consumo inagotable. Este entorno genera reacciones intensas que pueden compararse con los efectos de ciertas drogas. Bajo este bombardeo constante observamos un individualismo creciente, que dificulta o incluso imposibilita los vÃnculos humanos, amplÃa el vacÃo emocional y allana el camino hacia conductas y personalidades adictivas.

La adicción no depende solo de la sustancia
No es la sustancia en sà lo que convierte a alguien en adicto. El riesgo surge cuando se utiliza como anestesia para no sentir o como atajo para evitar aquello que preocupa. En esas circunstancias, la posibilidad de caer en la adicción se multiplica.
Las adicciones adoptan múltiples formas:
Sustancias: alcohol, nicotina, cocaÃna, heroÃna, metanfetaminas.
Medicamentos: opioides, ansiolÃticos.
Conductas: juego, compras, uso compulsivo del móvil, sexo, ejercicio fÃsico o incluso cirugÃa estética.
Cada tipo de adicción tiene sus caracterÃsticas particulares, pero todas comparten mecanismos de compulsión y dependencia. En este artÃculo nos centraremos en los comportamientos adictivos que van más allá de la sustancia o la acción, buscando abrir nuevas vÃas de reflexión y acompañamiento.
Factores que pueden aumentar la vulnerabilidad
Cada persona es única y cada caso es singular. Sin embargo, ciertos rasgos y circunstancias pueden predisponer a conductas adictivas:
Alta impulsividad, baja autoestima y falta de identidad.
Ausencia de lÃmites claros y de figuras de autoridad.
Baja tolerancia a la frustración y experiencias traumáticas previas.
Carencia de atención, abusos o represión emocional en la infancia.
Búsqueda constante de placer y gratificación inmediata.
Estas caracterÃsticas no determinan la adicción, pero pueden interactuar y favorecer el desarrollo de una personalidad más propensa a la compulsión.
Creencias y malestar interno
Las creencias sobre nosotras mismas, los demás y el mundo marcan cómo sentimos, nos relacionamos y actuamos. La personalidad adicta suele vivir bajo un sistema de creencias distorsionado e inconsciente, que dificulta afrontar problemas, reconocer necesidades emocionales o aceptar imperfecciones.
La vulnerabilidad no está en la sustancia ni en la conducta, sino en el malestar interno que busca ser silenciado. Lo que la persona adicta persigue, muchas veces sin saberlo, es sentirse aceptada, segura, amada o importante. No intenta dañarse, sino sobrevivir a su dolor.
Sociedad, familia y la búsqueda de perfección
La personalidad adicta no surge en el vacÃo: está influida por la sociedad, la historia personal y, sobre todo, la familia.
El rol de la sociedad: Cuando el valor social se mide por la imagen y no por la autenticidad, quienes no encajan en ese molde sienten que no son suficientes.
Esto alimenta, sin querer, la vÃa hacia la adicción.
La influencia de la familia: si evitamos sentir lo que duele porque nunca aprendimos a hacerlo o porque faltaron experiencias emocionales seguras en la infancia, buscamos escapar de la realidad. El pensamiento «no soy lo bastante buena» se proyecta sobre los demás: «son los otros quienes piensan que no lo soy».
Aprender a sentir para dejar de huir
Los sentimientos no desaparecen cuando los reprimimos; actúan desde lo inconsciente. El camino de salida requiere un proceso de des-aprendizaje y reaprendizaje, con ayuda, constancia, coraje y paciencia.
Se trata de descubrir que existen más opciones que reprimir o actuar, y que en los matices se encuentra la libertad. Observar lo que sentimos, aceptar la vulnerabilidad y sostener el dolor sin anestesias nos permite reducir la compulsión.
En lugar de llenar los vacÃos internos con conductas adictivas, podemos:
Poner lÃmites saludables.
Suavizar la autocrÃtica.
Encontrar un propósito en la vida, incluso en una sociedad que empuja al exceso.
El reto es enorme, pero posible.
Reflexiones finales
Las adicciones no son únicamente un problema de sustancias o conductas, sino una forma de relación con el dolor, la falta de vÃnculos y nuestra propia historia. Preguntarse y reflexionar es un primer paso:
¿De qué intento escapar cuando busco anestesiarme?
¿Qué vacÃos trato de llenar con el exceso?
¿Qué lugar le doy a mis emociones en mi vida cotidiana?
Más que preguntarnos si hay personas con mayor tendencia a las adicciones, quizá deberÃamos cuestionarnos:¿Qué necesitamos como sociedad para dejar de vivir en la cultura del exceso y empezar a habitar una cultura del cuidado?
Reflexionar sobre estas preguntas y permitirse sentir con honestidad, sin juicios, es un primer paso hacia la transformación.





