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Terapias combinadas para una Vida Plena
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Un plátano y una papaya
Enrollarse, tocarse ahí, hacerlo, tener sexo...

Una persona joven consulta porque, cuando ronda los veinte años, sigue teniendo temor ante su primera relación sexual genital completa y compartida. Habla de sus escarceos con otras jóvenes de la siguiente manera: «Nos enrollamos», «me tocó ahí», «tuvimos sexo», «hicimos petting pero no quise seguir», «fantaseo con poder hacerlo la primera vez con un amigo, alguien con quien no me comprometa»... Aunque el psicoterapeuta le invita a precisar su manera de expresarse, sigue vadeando la cuestión con idénticos eufemismos. El empobrecimiento del léxico entre las personas jóvenes es una preocupante señal de su hambruna anímica, que viene a sumarse en muchos casos a la hambruna económica. Vivir en un mundo donde los únicos estados anímicos posibles son estar agobiado, tener ansiedad o encontrarse bien, sin más, donde las relaciones amorosas consisten en enrollarse, tocarse ahí, tener sexo (como si existiera alguien que no tenga sexo) o hacer petting es limitar a esas expresiones toda una constelación de vivencias, afectos y pensamientos que resultan imposibles. Enrollarse, tocarse ahí, hacerlo, tener sexo... son eufemismos, desvíos, rodeos para no nombrar algo que se intenta evitar. Renunciar al nombre de las cosas es el primer paso para acabar renunciando a las cosas mismas. Si nos quedamos sin la palabra seremos más pasivas y, con gran probabilidad, más fácilmente sometidos a los dictados del mercado y al poder del otro.

Para mí, significa una experiencia de apertura. Con todo lo que representa ese abrirse, que es mucho y difícil. La meditación es una revelación. Revela algo muy preciado, aunque también revela molestia. Otras veces revela sorpresa, un descubrirse una misma. En otras ocasiones, ese descubrimiento es incómodo; en otras, en cambio, es enormemente gratificante. Sentarme a meditar cada día es un viaje único, distinto, sin retorno y con muchas sinergias.


Meditando en casa
¿Qué significa para cada uno meditar?

Hay un montón de razones para realizar la práctica de la meditación, y todas ellas resultan enormemente satisfactorias y beneficiosas; y también, a la vez, como ocurre en cualquier crecimiento, no es un camino de rosas. Sin obstáculos es imposible crecer. Sin desafíos, sin tormentas, sin sombras, sin dificultades… nuestro desarrollo es vacío y sin esencia. Toparse con el yo egoico, con las resistencias, las incomodidades, las tensiones, los bloqueos, las crispaciones… no resulta para nada un camino fácil.


Cuando decimos «tengo una contractura en la espalda», ¿quién es la que está contracturada? Yo no estoy mal, es mi espalda, como si mi espalda no fuera parte de mí. El lenguaje nos pone trampas y nos aleja del cuerpo que somos. Y de la unidad.


También medito para despojarme de aquello que me sobra, que me bloquea, que me resta… para enfrentarme a mis resistencias yoicas, para liberarme de capas que ya no necesito y, cómo no, para acercarme a mi ser esencial. Es, sin duda, una apuesta personal que recomiendo y que vale mucho la pena. No cuesta dinero, no hacen falta conocimientos previos. Sólo es necesario sentarse y observar qué sucede. Eso sí, poniendo atención a la postura, sentir cómo la tierra nos acoge y nos impulsa a la vez al cielo desde nuestro centro, desde el Hara.


¿Y tú, meditas? ¿Qué experimentas en la meditación?


Una persona vive la realidad como una obra del destino, un material premoldeado con el que nada puede hacer para construir una vida propia. Y como su realidad es obra del destino, acude a los lugares donde le parece apropiado depositar su fe a cambio de recibir las migajas de los intereses: los gabinetes de diferentes adivinadores de la suerte, los templos donde le ofrecen la promesa de otra vida mejor cuando se acabe esta vida. El destino no es una sentencia de muerte. Podría llamarse de otra forma. Deseo, por ejemplo.


Una rosa envuelta en llamas
El destino no es una sentencia de muerte

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