Una persona se ocupa de un trabajo alienado durante 40 horas, de lunes a viernes; a esto suma un par de horas de viaje entre ida y vuelta, lo que da 50 horas semanales; entonces llega el fin de semana, cuando esa persona dice que se puede dedicar «a hacer mi vida», y es cuando lee la sección Tendencias de un diario de gran circulación o se compra la GuÃa del ocio... para que otros le digan cómo vivir esa vida tan suya.
Las relaciones entre la psicoterapia y el zen vienen de muy antiguo. Hay quienes consideran que la doctrina dictada por el Buda histórico, Siddharta Gautama, supone ya en sà el corpus de una psicoterapia. Sin entrar en razonamientos que pretendan afirmar o cuestionar dicha afirmación, sà puede resultar fructÃfero establecer consonancias y diferencias entre dos prácticas que, apreciadas en detalle, presentan muchas resonancias en sus propuestas sanadoras.
La psicoterapia y el zen son como un par de hermanos, pero que han decidido coexistir a una cierta distancia.
Evidentemente, no es una tarea nada sencilla. Vivir, ya sabemos, no lo es.
Aparecen muchos miedos: a no ser suficientemente inteligentes, exitosos, a no sentirnos amados, a que nos abandonen, a que nos rechacen, a enfermar, a la muerte, etc. Miedos difÃciles de erradicar si no se realiza un trabajo personal guiado por un especialista, dado que muchos de esos miedos son inconscientes.
El Zen y la psicoterapia nos ayudan a acceder poco a poco a liberarnos de las cadenas, a hacer conscientes nuestros miedos y a entender, progresiva y paulatinamente, aquellas construcciones que forman nuestro yo. Para ello hemos de ser capaces:
De liberarnos de aquello que no nos sirve, que pesa en nuestras espaldas, para que pueda aparecer el yo verdadero y profundo.
El origen de nuestros miedos está en cómo pensamos; liberarnos del miedo es adquirir la verdadera libertad interior. Por ello, el Zen nos ejercita en situarnos en el silencio del momento presente: el camino hacia el verdadero desapego.
¿Cómo hacerlo? Cuando llegue un pensamiento o una emoción, dejarlos pasar, no procurarles alimento, sino solo observar al igual que las olas que llegan a la orilla y luego se retiran. Sin caer, por supuesto, en la trampa de que no debemos pensar. El pensamiento usado correctamente es una herramienta hacia nuestra libertad.
Ser capaces de detener nuestros pensamientos es liberarnos de los miedos que nos impiden nuestra liberación.