Amar sin calculadora
- Eva Rodríguez Renom

- 24 jul
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 25 jul
¿Amamos de verdad o solo hacemos cálculos emocionales? En una sociedad que mide todo —incluso los afectos—, el amor se vuelve transacción. Este texto es una invitación a repensar cómo amamos, qué esperamos del otro y si somos capaces de dar sin llevar la cuenta.
Amar, hoy en día, parece haberse convertido en una especie de intercambio. Intercambio de afecto, de intereses, de creencias... incluso de mitos sobre lo que significa amar. En una sociedad donde el éxito material y un yo cada vez más narcisista dominan la escena, la capacidad de amar activamente —de amar de verdad— se vuelve cada vez más difícil.
Pero ¿qué significa amar verdaderamente al otro? Ya sea una pareja, un amigo, un hijo... ¿Qué implica amar sin condiciones? ¿Somos capaces de dar sin esperar nada a cambio? ¿Estamos dispuestos a tolerar la posibilidad de no recibir? ¿Podemos soportar lo que sentimos como una pérdida?
Estas no son preguntas fáciles. Son complejas, incómodas y muchas veces evitadas.
En las relaciones humanas, esperamos reciprocidad. Aunque no lo digamos abiertamente, queremos algo de vuelta: un gesto, una palabra, un reconocimiento, una emoción. Si no lo recibimos, sentimos que el otro es egoísta, desagradecido. Esto responde a una lógica capitalista del vínculo: dar implica perder, y solo vale la pena si recibimos algo a cambio. Como si el amor fuese una moneda más en el mercado de la vida.
Incluso cuando creemos estar dando desinteresadamente, esperamos algo: sentirnos bien, ser valorados, recibir afecto. Y cuando eso no sucede, nuestro yo se queja, se enfurece. El amor se convierte entonces en una especie de contabilidad emocional. Y cuando las cuentas no cuadran, castigamos al otro. A veces de forma consciente; muchas veces, sin darnos cuenta.
Vivimos en una sociedad donde casi todo está monetizado. Y el amor, por desgracia, no es la excepción.
Sin embargo, en el acto genuino de dar —sin cálculo, sin condiciones— es donde el amor muestra su verdad. Amar como un acto, no como un intercambio. Amar como una expresión de libertad, no como una estrategia para obtener algo.
Pero el ego, ese gran protagonista de nuestro tiempo, se resiste. El lenguaje ya nos traiciona: mi pareja, mi hijo, mi casa, mi vida. La posesión se cuela hasta en las palabras. Como si el otro nos perteneciera. Como si los vínculos fueran propiedad privada.
Y así, cuando nos apegamos, pretendemos poseer. Esperamos. Y al esperar, dejamos de actuar. Dejamos de amar. Creer que el otro nos pertenece no ayuda; de ahí surgen problemas y malentendidos, como el hecho de limitarnos a esperar —de forma pasiva— que el otro haga, diga o nos corresponda. Todo ello está muy lejos del saber-amar.
¿Puede un padre o una madre amar sin esperar algo a cambio de su hijo? ¿Puede una pareja hacerlo? En terapia, muchas veces escuchamos: con todo lo que hice por ti... y así me lo pagas. La contabilidad afectiva aparece con fuerza. Los sacrificios mal gestionados terminan pasando factura. Y las relaciones construidas desde el deber y el cálculo difícilmente prosperan.
Tal vez, al dar, empieza a ocurrir algo inesperado.
Tal vez empiezo a ver al otro como realmente es, y no como yo quiero que sea. Tal vez dejo de obsesionarme por ser amado, y me ocupo —por fin— de amar. Tal vez, en ese gesto, empiezo a descubrirme. Tal vez, poco a poco, el ego se vuelve más pequeño y puedo entregarme con menos miedo, con más verdad.
Tal vez ahí, en ese punto, comienza el verdadero saber-amar.
Porque amar no es solo un acto: es un camino que transforma, una entrega que nos conecta profundamente con el otro... y, sobre todo, con nosotros mismos.





Comentarios