Amar, hoy en día, se está convirtiendo cada vez más en un sistema de intercambio, de intereses, de creencias y de mitos que dificultan el saber-amar. En una sociedad en la que prevalecen cada vez más el éxito material y un yo crecientemente narcisista, se hace muy difícil la capacidad del ser humano de amar activamente.
Amar al otro —sea la pareja, un amigo, un hijo, …— de una forma verdadera, ¿en qué consiste realmente? ¿Somos capaces de dar sin esperar nada del otro? ¿Estamos dispuestos a tolerar eso que, de producirse, se percibiría como una pérdida? ¿Amar es, por tanto, dar sin esperar nada a cambio?
Estas son sólo unas pocas preguntas complejas, incómodas y difíciles de pensar. Cuando uno se vincula con otros espera reciprocidad, recibir algo a cambio, al menos de vez en cuando, si no ¿qué sentido tiene esa vinculación? Si los demás no nos restituyen lo que esperamos se convierten en egoístas, en desagradecidos. Esta forma de plantear la cuestión se basa en una lógica capitalista, de la que se deriva que dar significa renunciar a algo, perder algo, sacrificarse. Como si no fuese posible el don sin la expectativa del recibir.
Esperamos siempre algún tipo de recompensa, un halago, una muestra de afecto, sentirnos bien por lo que hemos hecho; si no, nuestro yo se queja y se enfurece. Cuando no hay nada a cambio empezamos —a veces sin darnos cuenta y, en ocasiones, a conciencia— a maltratar y a descuidar al otro.
En una sociedad en la que casi todo está monetizado, el amor no es una excepción. No obstante, en ese dar al otro, en esa capacidad de sorprenderlo, en esa generosidad sincera, es cuando el verdadero amor se ejerce como un acto.
Pero el ego, el gran poderoso de nuestro tiempo, es demasiado grande como para eliminar de sí el sentido de la posesión. Solemos decir: mi hijo, mi pareja, mi padre, mis cosas, mi proyecto, mi casa, mi coche. Son las trampas del lenguaje en las que caemos todos, producto de un sistema capitalista que arrasa hasta con el amor.
Cuando estamos apegados a los demás pretendemos su posesión, cuando no deberían ser poseídos. El creer poseerlos no ayuda, de ello surgen problemas y malentendidos, como el hecho de solo limitarnos a esperar de forma pasiva que el otro haga, diga o nos corresponda. Todo ello lejos está del saber-amar.
¿Un padre o una madre serían capaces de dar amor a su hijo sin esperar nada a cambio? ¿Y qué ocurre en una pareja? A menudo escuchamos frases del tipo: con todo lo que te he dado, con todo lo que he hecho por ti, y así me lo retribuyes. Esta contabilidad de los vínculos es un clásico en la consulta. Si nos sacrificamos («por amor»), tarde o temprano le pediremos a la pareja que también se sacrifique por nosotros; si hacemos algo y el otro no nos da algo a cambio, le pasaremos factura. Una relación sustentada en los sacrificios y en la contabilidad afectiva no parece tener un buen augurio.
En el gesto de dar quizás empieza a suceder algo distinto de lo esperado; quizás empiezo a ver a la persona como lo que realmente es y no como lo que pretendo que sea; quizás dejo de estar tan pendiente de ser amado y me ocupo más del acto de amar como expresión de mi vitalidad; quizás descubro al otro y descubro algo de mí mismo; quizás empieza a empequeñecer ese ego tan presente y sea capaz de entregarme al otro y saberlo amar.
Comments