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Terapias combinadas para una Vida Plena
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Las relaciones entre la psicoterapia y el zen vienen de muy antiguo. Hay quienes consideran que la doctrina dictada por el Buda histórico, Siddharta Gautama, supone ya en sí el corpus de una psicoterapia. Sin entrar en razonamientos que pretendan afirmar o cuestionar dicha afirmación, sí puede resultar fructífero establecer consonancias y diferencias entre dos prácticas que, apreciadas en detalle, presentan muchas resonancias en sus propuestas sanadoras.

La psicoterapia y el zen son como un par de hermanos, pero que han decidido coexistir a una cierta distancia.

En la psicoterapia es el terapeuta quien se encarga de desarrollar una relación entre dos, el profesional y la persona que consulta. De dicha relación terapéutica dependerá en gran medida el avance o no del proceso terapéutico.

En el zen, en cambio, la práctica se realiza en silencio. Y se trata de una práctica personal, individual mientras acontece, y por tanto, como experiencia personal en sí, resulta intransferible. En el zen, la palabra sigue a la práctica, y nunca ocurre al revés.


Psicoterapia y zen, hermanos a la distancia

El agente de cambio en la psicoterapia es el terapeuta, quien se encarga de interpretar, de descifrar el relato de la persona consultante, en especial de sus decires inconscientes, aquello que siempre se desliza en el discurso, pero también aquello que se silencia como resistencia.

El zen propone que sea el cuerpo ese agente de cambio. El practicante zen pone en juego su cuerpo, y es a través de ese cuerpo que molesta, que duele, que interpela, que se indaga, se investiga y se averigua qué está aconteciendo en el momento mismo de la práctica. Ese cuerpo que interviene al principio como obstáculo, lenta y progresivamente se irá serenando, se expandirá, hasta convertirse en un aliado para la práctica.


¿Quién dirige la terapia en el zen y en la consulta del psi? En este último caso, la dirección de la cura reposa en la figura del psicoterapeuta. En el zen, sin embargo, queda claro en una sentencia de Dogen Zenji: «Zazen es el maestro». Dicho de otro modo: no hay más maestro que el propio practicante en su encuentro con la postura y la respiración. La dirección en el zen consiste, casi exclusivamente, en hacer posibles las condiciones para que acontezca la práctica. Lo que sigue es puro devenir.

  • Foto del escritor: Eva Rodríguez Renom
    Eva Rodríguez Renom

«Uno no se ilumina imaginando figuras de luz, sino haciendo consciente la oscuridad».

Carl Jung

Cuando uno empieza un camino interior no tiene más remedio que topar y transitar con sus sombras. Según Carl Jung, el arquetipo de la sombra representa el «lado oscuro» de la personalidad, rasgos y actitudes que el yo consciente no reconoce como propios. Las personas que nos acercamos a la meditación y a la práctica con constancia reconocemos que desde el primer momento de nuestro trabajo nos encaminamos hacia el encuentro con todo aquello que no nos gusta, que nos incomoda, que nos duele y que, a veces, puede resultar insoportable. Topamos con inquietudes, temores, limitaciones, sentimientos de culpa y agresividad, pero también con deseos que, por una razón u otra, desechamos y reprimimos. Pero las sombras están en algún lugar, no desaparecen. Siguen ahí, aunque muchas veces no queramos reconocerlas. Aunque no estén en la conciencia, permanecen en lo más hondo y en algún momento pedirán permiso —o no— para manifestarse. Con frecuencia no aparecen de una forma amable, surgen con demasiado ruido o pueden ser silenciosas externamente pero angustiantes en nuestro interior. En ocasiones, se expresan con gran entusiasmo... Las formas y los colores de las sombras son variables como la vida misma. Ser capaces, con ayuda, de afrontar nuestras oscuridades y de sacar a la luz esas sombras, para que poco a poco florezcan, es sin duda un acto de honestidad, valentía, confianza y un valioso trabajo para sanar.


Cuando uno empieza un camino interior no tiene más remedio que topar y transitar con sus sombras.
Transitar con las sombras



El pasado forma parte de la historia personal y colectiva, y pensar en el futuro sirve para planificar aquello que todavía no ha llegado.


Lo que puede llegar a enfermar y a entorpecer el crecimiento es refugiarnos en el pasado o en el futuro de manera continuada:

  • estar anclados en el pasado, recordando lo que fuimos, lo que teníamos, lo que hubiéramos hecho si…

  • pensar en el futuro, anticipándonos a lo que pudiera pasar si perdemos el trabajo, alguien a quien amamos, si nos enfermamos, etc.

El principal problema que aqueja a muchas personas es la dificultad, cuando no la incapacidad, para vivir en el presente. Un proverbio zen afirma: «Cuando camines, camina. Cuando comas, come». A primera vista puede parecer sencillo, pero vivir el instante presente requiere de un trabajo. Vivimos nuestro día a día ocupando la mente con cuestiones que relegan el presente a un segundo plano.


El presente nos invita a valorar, a agradecer, a aceptar, a vivir de una forma plena, a calmar la mente, a abrirnos a las sensaciones que experimentamos, a lo que nos gusta, a lo que nos duele.


Vivir en el presente es una buena forma de empezar a vivir. No solo significa dejar de pensar en el pasado o en el futuro, sino también aprender a disfrutar del aquí y ahora, a ser plenamente conscientes.


Si somos capaces de anclarnos interiormente en el momento presente seremos capaces de liberarnos del pasado, como también de sentirnos libres proyectando nuestro futuro, pero sin tanta angustia.


¡Cuántas veces sentimos miedo por aquello que nuestra mente apenas se imagina!

El miedo devasta las conciencias, desequilibra interna y externamente e incita a crear más miedo. El miedo paraliza y nos vuelve fácilmente manipulables. El miedo hace que entremos en pánico y adoptemos actitudes irracionales.


Aprovechemos el momento presente para aceptar que la Vida fluye a través de nosotros, para descubrir quiénes somos, cómo actuamos y desde dónde.


Aprovechemos para prestar atención a nuestros pensamientos y a cuestionarnos por qué pensamos como pensamos, por qué hacemos lo que hacemos, qué es lo que se está poniendo en juego a nivel interno y externo, y entre otros muchos aspectos, a aceptar que no podemos controlar lo impredecible.




Bello atardecer
Vivir el instante presente



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