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Terapias combinadas para una Vida Plena
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  • Foto del escritor: Fabián Ortiz
    Fabián Ortiz

No estés triste. No estés desganada. No te sientas cansada. No muestres esa expresión de hastío. No quiero escucharte más diciendo que no encuentras un sentido para tu vida. Desaparece de mi vista (y de mi vida) si no es para aportarme alegría. ¡Sonríe! ¡Disfruta! Demuestra y demuéstrate que estar viva es un regalo maravilloso. Siempre. Ya. ¡Ahora!


Vivimos tiempos de negación de los estados de ánimo sombríos. Si te sientes mal, si estás de bajón, si te deprimes porque casi nada en tu vida funciona como a ti te gustaría, procura no mostrarte así ante las otras personas, ni siquiera ante las más amigables, porque conseguirás que dejen de querer estar contigo, de escucharte, de quedar siquiera para un encuentro breve. Está prohibido dejarse caer en el hueco que abren los afectos que se desarrollan en la penumbra del espíritu, eso que Spinoza definió como las pasiones tristes.


Pero, cuidado, porque resulta que son esas pasiones tristes, esos estado de ánimo sombríos, los que nos permiten acceder al conocimiento y sobre todo al autoconocimiento, a la vez que abren las puertas de la conexión interna y la compasión sanadora proveniente de las otras. Porque las personas conectamos más y mejor cuando estamos decaídas, tristes.


En unos años, apenas unas décadas, hemos pasado de los consejos en los libros de autoayuda a las fórmulas mágicas que proponen y propagan las redes sociales. La imagen boba de gente sonriendo, saltando, bailando, jugando, que bombardean la publicidad y los medios ahora provienen de los dispositivos móviles, donde todo el tiempo encuentran cabida y amplificación unos modelos de bienestar que —digámoslo de una vez— no son humanos, porque descartan por completo la posibilidad de que te encuentres de mal humor, triste o desganada. Esas fórmulas te ofrecen pautas para evitar el dolor, el sufrimiento, dando por hecho que estar triste o ansiosa es algo negativo, a erradicar, en vez de promover que esos estados acontecen en ciertos periodos en tu vida y que forman parte de un continuo ir y venir.


Hay una omnipresencia de positividad tóxica.


Dos mujeres jóvenes se hacen un selfie mientras saborean dulces
La imagen boba de gente sonriendo es bombardeada por la publicidad y los medios


Ya casi nadie (acaso tú tampoco) se sienta con una amiga a escuchar su tristeza, a compartirla con ella (de eso se trata la empatía). Lo que ocurre cada vez con mayor frecuencia es que, si muestras tristeza o malestar de algún tipo, te conminen a abandonar ese estado anímico. En los duelos, cuando se hace necesario elaborar la ausencia que sigue a la pérdida y conectar con las pasiones tristes que se desencadenan, resulta especialmente desolador que nos obliguen a distraernos, a divertirnos, a no pensar más en eso.


Es muy bueno llevar una sonrisa en el rostro, siempre y cuando no nos sirva como máscara para que no nos pregunten qué nos pasa porque nos tenemos que sentir bien. Y el problema empieza ya desde la infancia: si una criatura no se muestra optimista, debe ser que está enferma. El precio de estos mandatos es no querer reconocer que la gente sufre, enferma, muere, que la vida está salpicada de padecimiento y dolor. Sin esa máscara feliz hay más transparencia y también relaciones más sinceras.


Los estados de ánimo oscuros no son problemas. Puedes estar en un momento infeliz, sufriendo, pero no por ello estás rota. Sentir, no sólo felicidad o alegría, sino el amplio repertorio de afectos que nos humaniza, es un tesoro. La ansiedad y el enfado ayudan a aprender. La persona angustiada está atenta, observa con los ojos bien abiertos, alimenta su alma con análisis y crítica. Porque lo que no nos dicen cuando nos obligan a estar siempre alegres es que detrás de esa alegría estúpida se espera aceptación y mansedumbre ante cualquier maltrato o injusticia que nos lancen encima.

Un plátano y una papaya
Enrollarse, tocarse ahí, hacerlo, tener sexo...

Una persona joven consulta porque, cuando ronda los veinte años, sigue teniendo temor ante su primera relación sexual genital completa y compartida. Habla de sus escarceos con otras jóvenes de la siguiente manera: «Nos enrollamos», «me tocó ahí», «tuvimos sexo», «hicimos petting pero no quise seguir», «fantaseo con poder hacerlo la primera vez con un amigo, alguien con quien no me comprometa»... Aunque el psicoterapeuta le invita a precisar su manera de expresarse, sigue vadeando la cuestión con idénticos eufemismos. El empobrecimiento del léxico entre las personas jóvenes es una preocupante señal de su hambruna anímica, que viene a sumarse en muchos casos a la hambruna económica. Vivir en un mundo donde los únicos estados anímicos posibles son estar agobiado, tener ansiedad o encontrarse bien, sin más, donde las relaciones amorosas consisten en enrollarse, tocarse ahí, tener sexo (como si existiera alguien que no tenga sexo) o hacer petting es limitar a esas expresiones toda una constelación de vivencias, afectos y pensamientos que resultan imposibles. Enrollarse, tocarse ahí, hacerlo, tener sexo... son eufemismos, desvíos, rodeos para no nombrar algo que se intenta evitar. Renunciar al nombre de las cosas es el primer paso para acabar renunciando a las cosas mismas. Si nos quedamos sin la palabra seremos más pasivas y, con gran probabilidad, más fácilmente sometidos a los dictados del mercado y al poder del otro.

Para mí, significa una experiencia de apertura. Con todo lo que representa ese abrirse, que es mucho y difícil. La meditación es una revelación. Revela algo muy preciado, aunque también revela molestia. Otras veces revela sorpresa, un descubrirse una misma. En otras ocasiones, ese descubrimiento es incómodo; en otras, en cambio, es enormemente gratificante. Sentarme a meditar cada día es un viaje único, distinto, sin retorno y con muchas sinergias.


Meditando en casa
¿Qué significa para cada uno meditar?

Hay un montón de razones para realizar la práctica de la meditación, y todas ellas resultan enormemente satisfactorias y beneficiosas; y también, a la vez, como ocurre en cualquier crecimiento, no es un camino de rosas. Sin obstáculos es imposible crecer. Sin desafíos, sin tormentas, sin sombras, sin dificultades… nuestro desarrollo es vacío y sin esencia. Toparse con el yo egoico, con las resistencias, las incomodidades, las tensiones, los bloqueos, las crispaciones… no resulta para nada un camino fácil.


Cuando decimos «tengo una contractura en la espalda», ¿quién es la que está contracturada? Yo no estoy mal, es mi espalda, como si mi espalda no fuera parte de mí. El lenguaje nos pone trampas y nos aleja del cuerpo que somos. Y de la unidad.


También medito para despojarme de aquello que me sobra, que me bloquea, que me resta… para enfrentarme a mis resistencias yoicas, para liberarme de capas que ya no necesito y, cómo no, para acercarme a mi ser esencial. Es, sin duda, una apuesta personal que recomiendo y que vale mucho la pena. No cuesta dinero, no hacen falta conocimientos previos. Sólo es necesario sentarse y observar qué sucede. Eso sí, poniendo atención a la postura, sentir cómo la tierra nos acoge y nos impulsa a la vez al cielo desde nuestro centro, desde el Hara.


¿Y tú, meditas? ¿Qué experimentas en la meditación?


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