Cuando las cosas se rompen, no te esfuerces en querer pegarlas, si sólo eres tú que lo intentas. A veces las cosas suceden por algún motivo, aunque en estos momentos no lo sepas.
No quieras salvar ni cuidar a quien no quiere ser cuidado ni amado.
No renuncies a lo que eres con quien eligió otro camino.
No lastimes tu alma ni lo intentes una vez más a cambio de nada cuando ya se fue.
Acepta lo que es en estos momentos y sigue avanzando a tu ritmo. No es un camino fácil y cuesta. Se trata, poco a poco, de elaborar, reparar y seguir.
La otra persona, como tú, está en su proceso y quizás más adelante podáis encontraros de nuevo o quizás vuestros caminos ya serán muy distintos y no será posible este encuentro.
La vida nos enseña tanto. La vida es un aprendizaje constante.
Cada uno de nosotros escoge lo que considera más adecuado y, aunque a veces no sea posible, es mejor vivir sin tanto dolor.
Y por encima de todo ello te recomiendo que te equivoques de estación, que camines sin brújula, que desordenes tus pensamientos, que transformes tus recuerdos, que dibujes nuevos sueños, que bailes desnuda, que sientas de nuevo y que vivas sin miedo.
Si quieres liberarte de las apariencias y de necesidad de aprobación externa tienes que comprometerte a hacer un trabajo contigo mismo, que valga la pena. Es una tarea difÃcil, pero posible. Lo que está claro es que nunca vas a controlar el veredicto que te atribuyen los demás. Y no siempre a los otros les importas tanto como piensas.
Una vida significativa se deriva de responder a estas cuestiones, y las que quieras añadir. Para ello debes abrir otras puertas. Algunas estarán escondidas, otras aparecerán sutilmente. Aun otras puertas te llevarán más allá de lo que inicialmente pensabas o ni tan siquiera te habÃas imaginado.
El camino que cada uno de nosotros transita hacia su espiritualidad natural (una espiritualidad laica, no necesariamente religiosa) tiene diferentes formas de expresión. Una de esas formas se manifiesta en las pequeñas cosas de nuestra vida cotidiana.
Aunque cada uno ve la realidad y piensa que lo que ve es compartido por los otros, esa interpretación es siempre subjetiva. Observar, compartir y estar de verdad son acciones que deben ser aprendidas.
En la meditación —otra vÃa hacia la espiritualidad natural— trabajamos todo esto y mucho más. Es un gesto de humildad hacia nosotros y un primer paso para posicionarnos en el buen lugar. Cuando meditamos, la sentada no se acaba cuando finaliza la meditación, sino que continúa en todos aquellos actos cotidianos, como caminar, comer, trabajar, etc.
Sentarse a meditar no implica una actitud pasiva o un placer de evadirnos, sino que requiere de una actitud receptiva y permitir que algo profundo emerja. Cuando meditamos la realidad nos atrapa. Gracias a esto podemos situarnos y volver a ese punto de humildad. Un cúmulo de sensaciones nos salen al paso, en la forma de molestias corporales, tensiones y, cómo no, un gran número de pensamientos.
Observar el pensamiento es un trabajo. El ejercicio consiste en situarnos en el buen lugar para evitar que la rumiación mental nos atrape. Si somos capaces de observar el flujo de pensamientos percibiremos un gran cambio. Dejamos de identificarnos con ellos y generamos un espacio entre esas ideas y nosotros. Y en ese espacio surgen opciones: lo digo o no lo digo, lo expreso o no lo expreso. Existe ese pequeño margen de libertad.
La respuesta, sea la que sea, la encuentro dentro de mÃ. Dejo que aparezca y la acojo una vez descubierta. Dejo que se exprese, sin intentar cambiar nada, sin querer controlarla, la vivo. Me abro a aquello que surge y escucho sin juicio lo que acontezca. En ese esperar, en ese no hacer, lo adecuado emerge por sà mismo. Por ello, cuando me siento a meditar, medito.