top of page
Terapias combinadas para una Vida Plena
Buscar

Lo roto
Cuando las cosas se rompen

Hay momentos en los que por más amor, paciencia o entrega que pongamos, las cosas simplemente se rompen. Insistir puede ser más doloroso que aceptar. En esta entrada, te invitamos a reflexionar sobre la importancia de dejar ir desde el amor, respetando tanto tu proceso como el de las demás personas. Sanar no es olvidar ni negar; es abrazar lo que fue, aprender de ello y caminar hacia lo que está por venir, aunque duela.


Cuando las cosas se rompen, no te esfuerces en querer pegarlas si sólo eres tú quien lo intenta. El amor, el respeto y el compromiso son caminos de ida y vuelta; no basta con que una solo quiera sostener lo que ya se ha roto. A veces las cosas suceden por alguna razón que ahora no comprendes, pero que más adelante tendrá sentido en tu vida.


No insistas en salvar ni cuidar a quien no desea ser cuidado ni amado. No puedes llenar un corazón que no se abre, ni sanar heridas que no quieren ser vistas. Aprender a respetar los procesos ajenos es también un acto de respeto hacia ti misma.


No renuncies a lo que eres por quien eligió seguir otro camino. Quien se aleja, elige su propio aprendizaje, su propio deseo, y eso no significa que tú debas perderte a ti misma en su partida.


No hieras tu alma intentando una vez más, a cambio de nada, cuando ya se ha ido todo lo que había. Aprende a soltar, aunque duela, aunque cada paso hacia adelante se sienta como caminar en contra del viento.


Acepta lo que es, en estos momentos, y avanza a tu propio ritmo. No es sencillo, es cierto; habrá días duros, de nostalgia y de silencio. Pero también habrá amaneceres nuevos, pequeños brotes de esperanza. Se trata, poco a poco, de elaborar el duelo, de reparar las grietas internas, de reconstruirte desde el amor propio y seguir caminando.


A veces sanar es un trabajo diario, pequeño y silencioso. Pero cada paso, cada pequeño acto de cuidado hacia ti misma, cuenta.


La otra persona, como tú, está en su proceso y quizás más adelante podáis encontraros de nuevo o quizás vuestros caminos ya serán muy distintos y no será posible este encuentro.


La vida nos enseña tanto… Nos invita, a veces de forma dolorosa, a crecer, a comprender que todo tiene su tiempo y su propósito. La vida es un aprendizaje constante, una escuela de paciencia, de resiliencia y de amor.


Cada uno de nosotras escoge lo que cree que es mejor para su propio bienestar. Y aunque no siempre podamos evitar el dolor, sí podemos aprender a vivir sin aferrarnos a él, sin hacer de las heridas nuestro hogar.


Y por encima de todo ello te recomiendo, que te equivoques de estación, que camines sin brújula, que desordenes tus pensamientos, que transformes tus recuerdos, que dibujes nuevos sueños, que bailes desnuda, que sientas de nuevo y que vivas sin miedo.


Recuerda: No todo lo que duele debe ser reparado. A veces, es muy conveniente y necesario que sea liberado.




«...la aceleración, la intensificación, la ubicuidad del estímulo neuroinformativo (la conexión perpetua, la interacción constante con la pantalla, la participación diaria en juegos que no implican la presencia de otros jugadores, sino de un automatismo electrónico) están produciendo una incapacidad para desconectar el flujo mental del estímulo exterior y, en consecuencia, una progresiva anulación del pensamiento en tanto que flujo mental independiente».


El activista, filósofo y escritor italiano Franco Bifo Berardi se expresa así en Desertemos (Prometeo, 2024) a propósito de lo que entiende como un tránsito que va de la depresión a la hiperestimulación, un circuito que viene creciendo exponencialmente en especial desde la pandemia de covid-19 en 2020.


Hace ya más de 30 años que la psiquiatría global arroja sobre la cabeza de millones de personas de todo el mundo diagnósticos —con su consiguiente administración de psicofármacos— de autismo y trastorno por déficit de atención con/sin hiperactividad (TDA/TDAH). Las víctimas privilegiadas de esta práctica son las menores de edad. Da igual lo que millones de profesionales de la salud mental digan en contra de esos diagnósticos y esa medicación. Como también dio igual lo que el reconocido psiquiatra estadounidense Leon Eisenberg había dicho a sus 87 años, siete meses antes de su muerte, en su última entrevista publicada: «El TDAH es un ejemplo de una enfermedad ficticia».


Al fomentar esta práctica de diagnosticar y recetar medicamentos, la Big Pharma tiene un filón para seguir facturando miles de millones de euros al año. Las multinacionales farmacéuticas no se detendrán, así como no dejarán de tender puentes entre sus intereses comerciales y las muchas profesionales de la salud mental dispuestas a venderse por un suculento plato de lentejas. Nos quieren enfermas. Nos quieren clientas.


«Internet nos vuelve estúpidos», sostiene Berardi, que habla de «neurodependencia» para designar la tendencia a vivenciar como si fuéramos drogadictas la separación de los dispositivos móviles. El riesgo es evolucionar (si no involucionar...) hacia un mundo poblado de seres cada vez más desactivados de la «inteligencia empática humana».


Nuestra tarea como psicoterapeutas también consiste desde hace ya décadas en cuestionar el uso adictivo de la conexión a internet y, por supuesto, en no abrir la «senda química» con la ligereza y la nula conciencia ética que el mandato consumista al goce ilimitado nos quiere imponer. Carecer de dicha ética equivaldría a entregar a esas personas que piden nuestro acompañamiento al mercado farmacéutico, del que con mucha frecuencia resulta imposible escapar.


Dos personas mirando sus teléfonos móviles
«Internet nos vuelve estúpidos», sostiene Berardi.

Nuestro cuerpo también habla y expresa, en un registro distinto al de la palabra, lo que somos. Cada gesto, postura y sensación física refleja nuestro estado emocional y mental, a menudo de forma más elocuente que las palabras. Esta comunicación no verbal es esencial para comprender nuestra experiencia humana.


Incorporar el cuerpo en las terapias, y no solo la mente, facilita que la persona entienda su malestar en su conjunto, ya que el cuerpo influye directamente en los procesos psíquicos y viceversa.

El cuerpo nos singulariza, nos hace sentir y nos permite relacionarnos. Es un indicador privilegiado de nuestra salud y estado de ánimo. Sin embargo, a menudo nos alejamos, lo escondemos o lo rechazamos. Tomar conciencia de este cuerpo olvidado nos permite habitarlo plenamente.


Cuando decimos que estamos bien, pero que nuestro cuerpo nos duele o está mal, ¿de quién hablamos? ¿O es que no somos también ese cuerpo? El cuerpo no es un simple contenedor, sino que es una parte integral de nuestro ser, una expresión tangible de lo que sentimos y pensamos. Si decimos que estamos bien a nivel afectivo o psíquico, pero sentimos dolor físico, ¿acaso no estamos ignorando que nuestras emociones, nuestras tensiones y preocupaciones se manifiestan de alguna forma en el cuerpo?

La noción de bienestar no puede separarse de la experiencia física. Cuando algo nos duele, el cuerpo se convierte en el vehículo que nos habla, invitándonos a atender lo que no está centrado. La desconexión entre cuerpo y mente puede ser la causa de muchas de nuestras dolencias, y preguntarnos quiénes somos cuando nuestro cuerpo está mal, también es cuestionar cómo nos entendemos a nosotras mismas.


Solemos considerar normal la división entre nuestros procesos mentales y somáticos, pero mente y cuerpo se retroalimentan constantemente; somos una unidad. Una práctica corporal como la Leibterapia Personal facilita la toma de conciencia de esa unidad, promoviendo la observación de cómo se expresa a través de nuestra corporalidad.


Las tensiones y emociones emergen a través del cuerpo. Este no es solo un receptáculo pasivo, sino un aliado activo de nuestra psique. Nuestro cuerpo se convierte en el mapa físico de nuestras experiencias emocionales, buscando las fuentes de su malestar o bienestar. Las corazas que todas llevamos son defensas necesarias en su momento, pero que, al volverse prisiones autoimpuestas, limitan nuestra capacidad de conectar con las demás y con nosotras mismas. Nos mantienen en una zona de confort que, aunque segura, nos priva de la autenticidad y vulnerabilidad necesarias para crecer. Si no desmantelamos esas corazas, la muralla que hemos creado nos aislará, impidiendo que experimentemos el amor y la conexión genuina.


Es fundamental tomar conciencia y aceptar el cuerpo, reconociéndolo como un aliado esencial en nuestra vida. A través de la Leibterapia, podemos aprender a soltar, confiar y permitirnos respirar plenamente. Este proceso no solo implica identificar las tensiones y bloqueos acumulados, sino también la disposición a liberarlos. Al integrar la conciencia corporal, restablecemos una relación más profunda y amorosa con nosotras mismas, liberándonos de las cargas que nos limitan y creando el espacio necesario para la curación y el crecimiento.


El cuerpo también habla
El cuerpo también habla


Suscríbete a nuestro blog

¡Gracias!

  • Youtube
  • Whatsapp
  • Icono negro LinkedIn
  • Instagram

             Psicoterapeutas | Psicoanalistas | Terapeutas integrales

  Psicóloga en Barcelona 

© 2025  Vida Plena |

bottom of page