La llegada del Coronavirus está causando en el psiquismo de muchas personas un aumento desmesurado de la angustia, del miedo y de preocupaciones excesivas.
El miedo es el virus más letal que existe. Devasta las conciencias, desequilibra interna y externamente e incita a crear más miedo. El miedo nos paraliza y nos vuelve fácilmente manipulables. El miedo hace que entremos en pánico y tomemos actitudes irracionales. El miedo baja nuestro sistema inmunitario.
Aprovechemos esta ocasión para descubrir quienes somos, cómo actuamos y desde dónde. Aprovechemos para prestar atención a nuestros pensamientos y a cuestionarnos los motivos porqué pensamos como pensamos, porqué hacemos lo que hacemos, qué es lo que se está poniendo en juego a nivel interno y externo.
Debemos tomar las medidas recomendadas para la prevención, pero también evitar saturarnos con la sobrecarga de información que conlleva nefastas consecuencias en el bienestar físico y psicológico. Desconocemos hasta dónde nos va a llevar y cómo nos va a afectar este virus, pero lo que está claro es que vamos a tener que convivir de manera más racional e inteligente.
Aunque sea una situación desproporcionada, también está ofreciendo la oportunidad de pasar más tiempo con los hijos, una oportunidad para pasar más tiempo con nosotros mismos, a prestar atención a un montón de cosas que olvidamos, descuidamos, porque nunca tenemos tiempo.
Vale la pena reflexionar sobre ello, parar un poco y no entrar en pánico.
«Mucha gente teme la libertad, particularmente la libertad de estar solo. El miedo al abandono y a la soledad está tan enraizado en su experiencia, muchas veces desde muy temprana edad, que el estar solos les provoca muy fácilmente el sufrimiento. No se trata de estar solo físicamente; al cuerpo ello no le preocupa y a mucha gente le gusta. Pero experimentar la soledad mental es para ellos una forma acentuada de sufrimiento, puesto que se cortan las formas usuales de escape y sostén y uno se siente alejado de toda ayuda. (El grito de agonía de Cristo en la Cruz no nació de un momento de crucifixión, sino de su experiencia mental de ser abandonado por Dios). Pero mientras alguien no pueda experimentar este abandono y soledad, no podrá ser totalmente libre, esté solo o acompañado de otros».
Fragmento del libro La vía del no apego, Dhiravamsa